Victoria, 89 años, Moraleja del Vino

‘Ay, hija, ya mataron a tu padre”. Era una fría mañana de diciembre de 1936 en Moraleja del Vino cuando Victoria Herrera, por aquel entonces una niña de apenas nueve años, escuchó una frase que todavía hoy, al recordarla, trae a su mente el peor momento de su infancia. La encargada de transmitirle el fatal desenlace fue Eloina, una pariente que vendía verdura en el Mercado de Abastos, al pie de la antigua prisión. Tras cinco meses encerrado, Genaro, el cabeza de familia había sido fusilado el día 14 de aquel mismo mes frente a la tapia del Cementerio de Zamora.

Allí quedaron sus restos, pues la madre de Victoria, la niña que hoy es una mujer que roza los 90 años, prefirió invertir el poco dinero que les quedaba en tratar de alimentar a sus cinco hijos pequeños, en lugar de costear un sepelio más digno. A pesar de ese sacrificio, la viuda de Genaro Herrera, un gañán de profesión con una vinculación política de tono menor, tuvo que “pasar la vida arrastrada” y trabajando para poder salir adelante, al igual que sus hijos desde edades muy tempranas: “Aún recuerdo que esa Nochebuena mi madre llenó una cacerola con agua y la hirvió con una raspa de tocino y unos trozos de pimiento. Y lo que hicimos fue enchugarnos a agua”, rememora Victoria.

Valentina, 87 años, Villalazán

Valentina, nacida en Villalazán pero criada en Roales, no recuerda con exactitud si tiene 86 u 87 años pero rememora con una brillante lucidez numerosos detalles de aquellas fechas. Como aquel día de julio a las tres de la tarde, seis días después de la boda de su tío. Sus padres dormían la siesta en el interior de la casilla y ella jugaba con su hermana en el poyo de piedra de la entrada. “Algo pasaba, se veían muchos hombres entre las viñas ya floridas cerca de Valcabado”, recuerda. “Una noche llamaron a deshoras”, prosigue. “¿Quién llamó?”, le preguntamos. “No sé, los soldados con morteros, ¡qué sabíamos nosotros entonces si eran rojos o blancos, todos éramos hermanos!”, exclama con franqueza. Su padre abrió el cuarterón de la ventana y le entregó dos chorizos y un pan mientras su madre repetía: “Qué será la guerra que bien contentos vais y cómo vendréis”, recuerda moviendo la cabeza de un lado a otro con pesadumbre.

 “Mi padre se marchó a Cuba a hacer la mili y pasamos miedo, mucho miedo. La gente se escondía en las cuevas de Valderrey y de Montamarta mataron a mucha gente. Fue un desmadre, no se salvaron ni unos ni otros y todos éramos iguales: humanos, cristianos y españoles. Ahora está todo desmandrilado y la que nos espere, porque yo sí la espero, no sabemos cómo vendrá”, sentencia.

Benedicto, 94 años, Ayoó de Vidriales

A Benedicto le pilló la guerra con 14 años. Cogió las riendas del negocio de su padre y también las de los bueyes. Durante varios años, recorrió miles de kilómetros llevando las hogazas de pan a los pueblos del alfoz por apenas un par de pesetas. Aunque, con picardía, reconoce que también hizo negocio del estraperlo.

Subsistió a la guerra “sin hambre pero sin sobras”, con historias de chivatazos, escondrijos, toallas ensangrentadas y recuerdos del “pum, pum, pum” de los falangistas en plena calle. Su hermano, combatiente por el bando nacional, perdió la visión durante varios meses tras la explosión de un cañonazo a pocos metros de él.

Gloria, 96 años, Cervantes con familia en Asturianos

Un hermano desapareció y ella se casó con su marido, ya mutilado, en 1944. Combatiente por el bando nacional por obligación, seis años antes había sido herido en la Batalla del Ebro, una de las más largas y mortíferas de la guerra. Según relatan sus familiares, no le gustaba hablar de las “escenas fuertes” de las contiendas, pero sí de las historias de trincheras: “El nos contaba que por la noche, cuando cesaban los combates, se intercambiaban tabaco entre los dos bandos: los del Frente Nacional tenían el tabaco que se producía en Extremadura y los de Cataluña el papel”.

Además, en una de esas noches, coincidió con otro vecino de Asturianos. Dos zamoranos, paisanos del mismo pueblo y enfrentados en bandos opuestos.

María, 92 años, Rihonor de Castilla

En uno de los puntos más recónditos de la provincia, María, que por aquel entonces tenía doce años, apenas recuerda situaciones de peligro durante los casi tres años que el país estuvo en guerra. “Aquí casi no se notó nada, hijo”, explica. Dentro de la peculiar situación de una localidad ubicada a medio camino entre España y Portugal, María sí tiene presente la angustia que vivió por no ver a su padre “durante muchos días”. Jamás le contó por qué.

En los años posteriores, la tienda que comenzó a regentar junto a ‘Milín’, su marido, fue uno de los epicentros de la actividad contrabandista en esta zona de la raya. “Vendíamos, sobre todo, bacalao a unos y café a otros. Pero había más cosas. Alguno se llevó hasta armarios a cuestas por la montaña hacia arriba”, apunta.

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