Así fue la primera homilía de Fernando Valera tras tomar posesión como obispo de Zamora

A las 12.30 horas de este sábado, tras tomar posesión de la cátedra, Fernando Valera iniciaba ya la liturgia eclesiástica como obispo de la Diócesis de Zamora y ofrecía su primera homilía.

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Pido que miréis el retablo del Altar Mayor: en él está representada la Transfiguración. Bajo la nube luminosa del Espíritu: Una nube los cubrió con su sombra… Y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el Elegido (el amado), escuchadlo. Hoy nosotros hemos sido testigos en la nube del Espíritu de la voz del Padre. Es como en el Jordán, donde el Espíritu desciende, ¡es Pentecostés! ¡Es Adviento de la mano de María, que es ungida Madre por el Espíritu Santo!

Gracias al buen Dios que me ha dado a Jesús, que hoy de nuevo –sin merecimiento alguno-, me ha infundido su Espíritu por medio de la Imposición de manos y la Oración consecratoria, en este Pentecostés de su Gracia. Hoy me vuelve a confirmar en que soy de Jesús. Mi vida le pertenece. Vuelve a decirme: Permanece en mi amor. Permanece en el camino místico de la Cruz, como me decía un seminarista.

Gracias Santo Padre, Papa Francisco, por elegirme, para pastorear la Iglesia que peregrina en Zamora. Una Iglesia significada por muchos templos de estilo Románico; su misterio, su belleza y su sencillez en la línea dibujan con, carácter universal, una fisonomía propia del estilo de Jesús. Este Obispo, nonagésimo octavo en la Sucesión Apostólica iniciada en San Atilano quiere nutrirse de esta belleza.

Gracias, Señor Nuncio, Mons. Bernardito C. Auza. Usted ha sido instrumento de Cristo esta mañana para conferirme el don del Espíritu Santo. Gracias, D. José Manuel, Gracias D. Ricardo. Gracias, señores Cardenales, Arzobispos y Obispos. Es la Iglesia Comunión, la colegialidad, el signo vivo del amor de Dios.

Gracias a mis padres, que hoy en la comunión de los santos, me acompañan y me recuerdan el camino de la sencillez y el trabajo. Gracias Sor Teresa, por comunicarme el amor de Dios. Gracias a mis hermanos, a sus esposas mis hermanas, mis sobrinos. A toda la familia. Aquellos que sois la familia que la fe me ha regalado. Sois la carne de Cristo en los lazos de la amistad y el amor.

Gracias al presbiterio y a toda la Iglesia de Cartagena donde he nacido a la fe y me ha forjado como Pastor.

Gracias al Seminario Mayor y Menor (hoy estáis muy presentes en mi corazón) a su rector y formadores. Gracias, Damián, tu bondad me ha sostenido en el Señor, hoy está en tu lugar Jesús, en su persona están todos los seminaristas y todos los sacerdotes que han sido ordenados estos años. Gracias, Juan Carlos, amigo y signo de todos los presbíteros de Murcia. Me habéis mostrado los caminos del Espíritu. Allí donde el Espíritu Santo como artesano realiza con paciencia su obra. Siempre estaréis en la raíz de mi vida. En esta Cruz, este Báculo y en este anillo, que me recuerdan de quien soy y a quien pertenezco. Danos Señor a las Iglesias de Murcia y de Zamora santas y abundantes vocaciones.

Gracias a todos los que me habéis formado y habéis dedicado vuestra vida, vuestro tiempo a mí. Al Seminario que me formó, a su rector Juan Benito. A los profesores que me formaron, a la compañía de Jesús, hoy lo personalizo en D. Luís López Yarto, que dedicó su tiempo, su ciencia y su sabiduría espiritual a forjarme interiormente.

Gracias D. José Francisco, administrador diocesano, y al Colegio de Consultores de la Diócesis de Zamora. Gracias a sus presbíteros, diáconos, seminaristas, religiosos, Sor Mercedes, yo también soy hijo del Amor de Dios. En su nombre un saludo muy cordial a los religiosas y religiosos de vida activa y contemplativa en sus diversos carismas. A los misioneros. También saludo desde aquí, a vosotros, los fieles laicos, familias, que estáis llamados a una auténtica consagración del mundo con vuestra vida y testimonio.

Esta Diócesis de Zamora es desde hoy mi nueva casa, mi hogar, mi esposa. Aquella que Dios ha cuidado durante siglos para desposarla hoy conmigo. Me decía el director de los Ejercicios de Ordenación: Fernando, enamora a tu esposa, sal al desierto y háblale al corazón. ¡Esposa mía, amada mía! Por gracia vengo a caminar contigo, a conocerte, a aprender a ser obispo, a trabajar sinodalmente y a servirte de corazón.

Vengo a una Iglesia con raíces profundas, situada en la ESPAÑA RECIA, FECUNDADA EN ESPERANZA. Cuánto os debe la historia de esta nuestra amada España. Cuanto os debe esta Iglesia, cuanto Evangelio derramado por toda la humanidad. ¡Cuánto espera de nosotros esta Iglesia y este Mundo! Esa reciedumbre, esas raíces, llenas de vida, que tienen que seguir fecundando de Evangelio nuestra historia. Donde hay raíz, hay vida, hay futuro: la raíz de la fe, de una profunda experiencia de Dios para mostrar la gloria de Dios.

Hoy de nuevo el Señor nos invita a besar las llagas santas de los maltratados, los empobrecidos, los que viven las injusticias, todos los que estáis sufriendo el azote de esta pandemia en la enfermedad y en la muerte y en sus consecuencias de paro y dificultad económica. Los crucificados de la historia. Tantos hombres y mujeres heridos. Ahí estamos llamados a servir y a amar. S. Pablo VI, en la misa de clausura del Concilio Vaticano II, nos decía: La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de espiritualidad del Concilio. Esta ha de ser también la nuestra. Jesús sale al encuentro de todo sufrimiento.

Gracias a las autoridades civiles, políticas, académicas, judiciales y militares. En especial un cordial saludo a la Excma. Alcaldesa de Bullas, en usted un abrazo a todo el pueblo.

Gracias a todos los que estáis aquí presentes, pero de un modo especial a los que de corazón os hubiese gustado estar y seguís esta celebración por TV; los enfermos, los que estáis aislados. El Espíritu nos une con el calor de su ternura. Gracias a los profesionales que hacéis posible esta retransmisión.

Gracias a los que estáis ofreciendo vuestro sufrimiento por mí y mi ministerio. En Cristo será una ofrenda llena de vida y Espíritu Santo.

Espero que con María… de La Concha, de la Majestad, del Rosario, de Nazaret, de Guadalupe…, veamos hoy el gran Milagro del Espíritu, que fecundó las entrañas santísimas de María Virgen.

Hoy he vuelto a escuchar: ¡Sígueme! Ponte en camino. Ya no importa el miedo, las negaciones. Esta mañana el Señor me ha preguntado de nuevo: ¿Fernando, me amas? Hay un nuevo inicio por gracia, por amor. No dejes que te bloquee sobre ti mismo, tu debilidad, tus miedos. Déjate interrogar, déjate amar. Es en el amor donde se asienta la fidelidad a esta vocación. Solo el amor.

Eucharistomen. Gracias.

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