José Luis Coomonte, Tomás Crespo, Antonio Pedrero y Ricardo Flecha. Y entre el público: Higinio Vázquez. Cinco genios reunidos para glosar la figura de Baltasar Lobo. “¡Qué éxito la cultura hoy aquí, qué emoción!”, exclamaba Coomonte, “¡es un día festival!”.
Con motivo de la muestra ‘Hazme un sitio en tu montura… León Felipe, Baltasar Lobo y la España peregrina’, el Museo de Zamora albergaba este miércoles (ante una sala abarrotada) la mesa redonda ‘Baltasar Lobo, de París a Zamora’, en recuerdo del escultor nacido en Cerecinos de Campos.
Del más veterano al más benjamín, los artistas fueron tomando la palabra en tributo a Lobo. Él murió a los 83 años, a día de hoy Coomonte tiene 84 y pese a alguna pérdida de oído y de visión, asegura ser “más duro que las almendras”. De hecho, y ante semejante plantel, durante su intervención el experimentado escultor no quiso desaprovechar la oportunidad de mandarle un recado a su profesor de la Universidad de Salamanca, aquel que dijo que Castilla y León no había dado escultores.
“Para entender a Baltasar hay que abrazar su obra, es organizada, se desliza en la mano. En el Renacimiento se decía que una obra era buena cuando se tiraba por la montaña y se rompía todo lo que sobraba, así quedaba una buena escultura. De Baltasar queda lo esencial”, afirmaba. “Todos los artistas de entreguerras tenían problemas, Picasso lo plasmó en el Guernica, pero los demás trataron de tener esa libertad que no tuvieron sin plasmar la violencia. Con la alegría y la maternidad de sus obras, Baltasar era un artista vitalista pese al dolor de la guerra. Baltasar era de los grandes”, sostenía.
Tomás Crespo se carteó con él y le conoció en dos ocasiones. La primera, un 29 de junio, festividad de San Pedro. Era tarde de toros y él caminaba junto a Antonio Pedrero en dirección al coso zamorano. Se cruzaron con Lobo en la Plaza Sagasta. “No me daba la impresión de estar con una figura de tal calidad artística y humana. Llevaba una camisa blanca y una chaqueta de la mano. Me pareció un campesino”, confesaba. Ellos iban al tendido situado en la sombra. Él, sin embargo, al sol. “Pese a que le invitamos a venir con nosotros, él quería estar con su gente… era un hombre de una sencillez endiablada”, reflexionaba Crespo.
Su carácter, sencillo, íntimo y cercano también fue objeto del discurso de Pedrero. “Parecía el secretario de cualquier pueblo”, resumía el pintor quien reconocía estar sorprendido con su dibujo, propio de los mejores dibujantes. Siendo director de la Escuela de Artes y Oficios de Zamora, quiso ponerle el nombre de Baltasar Lobo al centro. Una Semana Santa le hizo llegar una carta de tres hojas escritas a mano. Él rehusó la idea. “Era contrario a los homenajes, era muy sencillo, quería pasar de puntillas, hablaba bajo pero muy contundente”, recordaba Pedrero, quien lo calificó como “exponente de primera línea de la cultura europea del siglo XX”, destacando su capacidad de interpretación del arte, “ese largo pasillo donde Picasso fue abriendo y cerrando puertas y ventanas, asomándose a un paisaje nuevo y distinto y donde Lobo también entró”.
Ricardo Flecha no le conoció personalmente, pero sí a través de su obra. Tanto es así que tiene sus caballetes en su taller. Los recogió de la calle cuanto los dejaron tirados mientras realizaban el traslado de su obra a las nuevas dependencias.
A las reflexiones de estos cuatro maestros, se sumó la de Higinio Vázquez, presente entre el público. En total, cinco genios pero un mismo sentir: la reivindicación de un museo para aquel que logró su renombre a orillas del Sena y que sigue esperando su reconocimiento a orillas del Duero. Un museo… “o algo más”, apostillaba Pedrero. Incluso, quizá compartido con otros compañeros, como sugería otro de los artistas. Un museo “vivo” como proponía Flecha, quien animaba a llenar Zamora con las esculturas de Lobo sosteniendo que la ciudad es el mejor escaparate y reiterando que “tenemos una deuda con él: nos dio mucho más de lo que le hemos llegado a devolver, Lobo somos todos”.
El comisario de la exposición despidió la mesa redonda rescatando una frase que fue pronunciada por el de Cerecinos de Campos: “Siempre he soñado con una escultura de mármol que sea como un vuelo que se eleve desde el suelo para brillar en medio de la luz y nos haga olvidar la pesadez y la penalidad de la tierra”.
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