La mano derecha meciendo el cabello ensortijado de su hijo. La izquierda pidiendo clemencia o quizá venganza o simplemente llamando la atención de que en su regazo descansa un Jesús muerto.
Virgen de las Angustias a la que atraviesan dolores en forma de puñales tras varios días en los que ha sido Amargura pero también Esperanza. Corona dolorosa para el perdón de nuestros pecados de quién ha sido Soledad. Ya nadie le llama de la Amargura porque es Nuestra Madre, el apelativo más cariñoso que puede ponerle un zamorano que ve en ella el dolor de su propia madre, que iguala el dolor de Cristo al suyo propio, que busca el consuelo entre el regazo de María.
Madre del pentagrama de Víctor Argüello, de metales y percusiones de sus hijos de Zamora, madre de la Espadas que se clavan en el corazón y de una Cruz de Carne.
Virgen de San Vicente y de Salve en la Plaza Mayor, de caperuz negro y estameña blanca. Virgen de Stabat Mater cuando ya es Sábado Santo y Zamora que ha vivido su Pasión empieza a vivir su muerte lenta hasta una nueva Semana Santa. Virgen de los zamoranos que tras Esperanza o Vera Cruz, tras Yacente y Jesús Nazareno, tras Santo Entierro, busca salir a la calle para entender el dolor de una madre.
Que ya nadie le dice Angustias porque ya es Nuestra Madre. Mía, tuya, de todos. Madre coronada. Dolor desde la gubia de Ramón Álvarez para salir de San Vicente y recorrer el ensanche zamorano. Santa Clara y San Torcuato, acompañada de damas que hoy son de las Angustias y mañana de Soledad. Que con una tulipa saben que no hay dolor como el dolor de Nuestra Madre.
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