Un cosquilleo en el estómago y la emoción a flor de piel. Lágrimas en algunos ojos vidriosos por la emoción y el recuerdo de aquellos que ya no están. Una pequeña mesa a ruedas y la Señora de Zamora, la Virgen de la Soledad con su manto de luto, las manos entrelazadas y la mirada ausente. La Plaza Mayor se llena de medallones de Jesús Nazareno con el anagrama de la cofradía y con la imagen de la virgen. Nunca camina sola.
Las mascarillas puestas son el único recuerdo que separa a la cofradía de su pasado, esa frontera que todavía no hemos atravesado. Los cornetas de la banda de la cofradía se la ponen cuando no tocan y se la quitan cuando toca llevar los sones de la Pasión al viento. Suena la Salve en sus cornetas y tambores y después rasga el Merlú. La Congregación, de forma extraordinaria, para ganarse el Jubileo, está en la calle por primera vez desde abril de 2019, la Virgen de la Soledad acoge entre sus manos a todos los zamoranos, los que están y los que, por desgracia, se han ido en estos dos años infaustos.
Ya camina por las rúas de Zamora delante de la Banda de Música de Zamora que no ha perdido ni un ápice de su encanto melódico, que sigue siendo esa banda sonora de todos los zamoranos, ese sonido que no sale nunca de la cabeza cuando alguien menta alguno de los sones de la Pasión. Camina rodeada por centenares de zamoranos, sus hermanos y damas le acompañan durante toda la procesión con la medalla bien cerca del corazón. Los hermanos de fila se han acercado a algún punto del recorrido para darle su calor. Zamora sabe más que nunca lo que es vivir en Soledad.
La emoción se funde con el asombro de aquellos tan pequeños que apenas habían vivido algo así o que no lo recuerdan, que viven algo nuevo. Entre los asistentes hay, en ocasiones, lágrimas. Las lágrimas de recuerdo por ese amigo fallecido apenas unos días atrás. Lágrimas de Carmen Manso todavía sintiendo muy cercano el adiós de un Miguel Ángel Regueras que dejó mucho amor en la tierra. Las lágrimas de un cargador jubilado al escuchar ‘Los Clavos’ al pasar junto a su casa. Las lágrimas de una joven que se afana en grabar el paso de la Soledad junto a ella.
No hay ventana, balcón o galería en la que no haya zamoranos asomados como si ya fuera el mes de abril y Zamora latiera las veinticuatro horas del día al son de la Semana Santa. Hasta el tiempo, ese que anunció lluvia para la jornada del domingo, quiso lucir con un sol radiante para recibir a la Señora de Zamora, para volver a vivir después de dos años de penar, sufrir y llorar.
Debajo de la Virgen de la Soledad van cuatro cargadores haciendo que camine, que no se mueva, que baile al son de las marchas. Y con ellos seguro que estaba Alfredo empujando para que pesara menos, ayudando como siempre hacía. Mirando con mucho orgullo como Juan está bajo esos banzos y esa virgen, su virgen.
La Virgen de la Soledad se acerca al atrio de la Catedral donde, con la misma emoción que el resto de zamoranos, el obispo Fernando Valera, espera la llegada de la imagen que es recibida con la Marcha Real. La seo acoge entre sus muros a una Virgen de la Soledad que ha ganado el Jubileo para la Congregación y que está pendiente de la Coronación Canónica en la que la directiva encabezada por José Ignacio Calvo lleva trabajando tiempo.
Espera la Banda del Maestro Nacor Blanco para llevar a la Virgen de la Soledad de vuelta a su templo donde durante la última semana decenas de zamoranos se han acercado a rezarle en el Quinario y donde cada día se acercan esos zamoranos que hoy la han acompañado en la calle y que la esperarán para verla de nuevo, este año sí, el Viernes Santo.
Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios