VÍDEO | Jesús Yacente, eterno cántico de misericordia en Viriato

De la luz a la noche; de las marchas fúnebres al silencio; de las campanas del Barandales a las de un lastimero viático; de las calles anchas y miradores modernistas del centro a los recovecos del barrio de La Lana; de los brazos de la Santa Cruz, a las humildes parihuelas de Jesús Yacente, una de las joyas de la imaginería que conserva Zamora, salida de la gubia de Francisco de Fermín, el más aventajado discípulo del gran Gregorio Fernández.

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 Jesús Yacente, eterno cántico de misericordia en Viriato (20)
Jesús Yacente, eterno cántico de misericordia en Viriato (20)

De Santa María la Nueva al convento del Tránsito, a causa de las obras del Museo. A las once de la noche se abrían las puertas de la iglesia del Corpus Christi, allá donde descansa la Virgen Dormida de Zamora, y salían a la calle en impecable orden los primeros hermanos  de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, en fondo de tres, vistiendo la noche de estameña blanca, iluminando el camino con sus cirios de cera roja, cera devota que dejaba el rastro de sus goterones sobre los empedrados. Los caperuces afilados, elevados a lo alto, los pies descalzos o con apenas unas sandalias, el fajín morado en la cintura... nada queda para la improvisación. Todo es armonía, estética, verdad, en una procesión que supone un viaje interior para el cofrade y para quienes los contemplan entre las miles de personas que presencian su paso. 

Es la noche del botellón para muchos jóvenes que no saben, que no conocen la profundidad, el misterio, la representación que escenifica Zamora cada primavera. Porque es la noche de la espiritualidad, del rezo, del cántico y la penitencia para los zamoranos y creyentes que viven la Semana Santa con los cinco sentidos, que acompañan y esperan a Jesús en la antesala de la muerte y que cargan con su cruz, esas grandes cruces que arrastran y hacen surco, símbolo de anónima penitencia y de mayordomía. 

No es una talla, no es madera, no es sólo arte. Es el Hijo de Dios hecho carne el que pasaba por las calles desnudo, doliente, con el último suspiro en los labios, la mirada a punto de apagarse. Calles estrechas, sinuosas, con nombres antiguos de oficios y leyendas, de santos y gestas: Peñasbrinques, Doncellas, Damas, Laneros, Cortalaire, Mazariegos, costanilla de San Antolín, Motín de la Trucha, Hospital.. para desembocar cerca de la una de la madrugada en la Plaza de Viriato, a los pies del héroe traicionado por los suyos, ese otro "cristo" profano que murió por defender el terruño, a su gente.

Es entonces cuando la Zamora más santa, más mística, pone su voz en las gargantas de los más de doscientos cantores y surge como un milagro el Miserere, el salmo de la penitencia y el arrepentimiento, la ofrenda de un corazón puro al Dios de la misericordia. Es también el Dios de la música y del silencio, el Dios de la luz y de esta luna primera de abril, el Dios de la vida y el de la muerte. Y todo se hace oscuro, y entre la multitud es posible sentir la presencia de este Dios.

Aquí, en Zamora, es el Hombre entre los hombres que regresa cada año para cumplir la profecía, para recibir los mismos golpes, la misma muerte, la misma sábana. Uno de entre todos, Jesús, Dios Hombre, Jesús Yacente, amor de mi amor, miserere.

Jesús Yacente, eterno cántico de misericordia en Viriato

 

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