VÍDEO | Zamora implosiona en su madrugada mágica y sube al calvario

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Zamora implosiona en su madrugada mágica y sube al calvario
Zamora implosiona en su madrugada mágica y sube al calvario

Existe un momento en el que Zamora implosiona. Ocurre en la iglesia de San Juan y sus aledaños en la madrugada del Viernes Santo, cuando los vivos y los muertos acudimos a la llamada del Merlú y acompañamos a Jesús Camino del Calvario y a la Virgen de la Soledad al crucero de piedra que se mantiene en pie en la ciudad del siglo XXI, allá donde los niños de Pantoja jugaban al fútbol en un descampado que sólo permanece en la memoria.

El reloj marca las cinco y el Merlú resuena en el templo para levantar el "Cinco de Copas" con la primera interpretación de la marcha fúnebre de Thalberg, la que nos acompasa el corazón todo el año. Quién le iba a decir al compositor suizo que sus acordes se convertirían en el himno oficioso de los zamoranos, que una pequeña ciudad española, al oeste del oeste, vibraría entre sus pentagramas; que su música sostendría miles de almas cuando la ciudad estalla en los alrededores de San Juan y la Plaza Mayor antes del amanecer.

Jesús inicia su camino hacia las Tres Cruces -este año ya sin contratiempos, compensando así la durísima carrera que tuvieron que hacer sus cargadores el pasado por un problema técnico en su mesa que superaron tirando de garra y corazón- y se produce entonces ese momento único, mágico, en que Zamora revienta. Miles de cruces se alzan al cielo, resuenan en las voces las turbas que condenaron a Cristo y la Banda de cornetas y tambores rompe la madrugada. La Congregación está en la calle. Existe un momento en el que Zamora implosiona. Es éste.

Al igual que el pasado año, el resto de pasos (menos la Virgen de la Soledad, aún a resguardo en San Juan) también han levantado en la Plaza Mayor, perfectamente dispuestos, uniendo a todos los hermanos de paso en una misma marcha de Thalberg, mientras centenares de cofrades -convocados en la calle Ramón Álvarez- iban conformando las filas e incorporándose a la procesión desde la misma Plaza Mayor. 

Es su madrugada, la de los cargadores que nunca perdieron su vocación, la ofrenda, el orgullo de llevar sobre sus hombros distintas secuencias de la Pasión de Cristo y a nuestras imágenes más queridas: primero La Caída, tras el Cinco de Copas, con su hermoso Nazareno que nos contempla con la rodilla hincada en la tierra; más allá Redención, obra maestra de Benlliure, la madera que habla, que hoy despedía con todo cariño por su jubilación en el paso a Anselmo Esteban; más allá Las Tres Marías y San Juan de Hipólito, con paso rotundo, tan firmes hacia la Cruz. Les seguía La Verónica en un jardín de rosas blancas y rosas, dibujando verónicas en la madrugada con el precioso sudario nuevo regalado por el pintor Javier Carpintero; y tras sus pasos el Nazareno de la Congregación, el de Pedrero, con su pie descalzo sobre flores nazarenas y su mano extendida. 

Ya después, las escenas más dolorosas en el camino hacia el monte de la calavera, que en Zamora se llama Tres Cruces: la Desnudez, la Crucifixión, la Elevación en la Cruz y la Agonía. Escenas que año tras año pasan ante los zamoranos y las miles de personas que se agolpan en las aceras para que nunca se nos olvide que hubo un Hombre que dio su vida por todos los hombres. Jesús, aquel que llamaban el Nazareno. Pasión entre dos luces cuando comienza a clarear y asoma, cubierta de hermosura, luto y oro, la Virgen de la Soledad, la zamorana más querida, la que guarda a Zamora entre sus dedos. Ella.

Podría escribirse tanto de esta madrugada que hasta el infinito espacio de internet se queda pequeño. Es la de las sopas de ajo y el relente del amanecer, la de la Reverencia a la Virgen de la Soledad. Ella, el amor. La de la luz del mediodía, la de las garrapiñadas de manos de los cofrades, la del café bien cargado con el primer Merlú bajo la ventana y el buchito de orujo para templar el cuerpo. La que hace regresar a nuestros muertos para que nos den la mano y nos guíen, como siempre hicieron; los escuchamos en el soplo frío de la madrugada, vienen con nosotros, sus invisibles túnicas acompañan nuestros pasos. Muchos se fueron con ella a la tierra. 

Con los portones del viejo museo ya sólo en el recuerdo, la cofradía efectuaba el camino de regreso sin dar la vuelta a la Plaza Mayor, haciéndolo en la de Viriato, antes de que los pasos enfilasen hacia la carpa instalada en Claudio Moyano. La Virgen de la Soledad ya descansaba en San Juan lista para ponerse su luto sencillo y ser velada y el sol del mediodía apretaba en lo alto. Un Merlú de bronce le guarda las puertas todo el año.

No hay estampa más bonita que la de Zamora convertida en un bosque de cruces. Es la noche, la madrugada más bonita, más mágica; más que la del seis de enero, más que la del día de la boda. Muchos quizá no entiendan este contraste, el dolor de la Pasión, la alegría de una ciudad que resucita, pero a la vez acompaña a Cristo a la Cruz. En Zamora sabemos de cruces. Pero soy yo la que no entendería a Zamora sin esta madrugada.

Existe un momento en el que la ciudad implosiona, estalla hacia dentro, a su corazón, de pura fuerza. Ocurre a las cinco de la madrugada del Viernes Santo. Jesús sube hacia el Calvario, Zamora escribe el Evangelio según el pueblo. Lo dijo el pregonero: es "la" procesión.

Cofradía de Jesús Nazareno Vulgo Congregación

 

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