VÍDEO | Zamora rinde honores a Cristo Muerto con toda solemnidad en el Santo Entierro

Dice la historia sagrada que en la hora de la muerte de Jesús el día se hizo noche y los velos del templo se rasgaron. Que tras el último suspiro hubo un cataclismo y se abrió la tierra. En verdad era el Hijo de Dios.

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El Santo Entierro. Viernes Santo. Archivo
El Santo Entierro. Viernes Santo. Archivo

Zamora entierra con honores en la tarde del Viernes Santo a Cristo, muerto en la Cruz como un ladrón con el peor tormento, el peor castigo que aplicaba la ley romana. Bajo un sol radiante y un calor impropio de estas fechas, la Plaza de Viriato era escenario a las 16 horas del Descendimiento, en el que Cristo es desenclavado de la Cruz y presentado a los brazos de su Madre, la Virgen de los Clavos. Nadie diría que es el mismo escenario donde apenas 14 horas antes la ciudad entonaba el Miserere a Cristo Yacente en medio de un sobrecogedor silencio.

Como si el museo, reducido hoy a un solar, aún estuviese en su habitual emplazamiento, la procesión arrancaba oficialmente desde la Plaza de Santa María la Nueva a las 16.30 horas siguiendo su recorrido habitual y con los hermanos incorporándose junto a los distintos pasos en dos largas filas de terciopelo negro, el luto elegante que viste la ciudad cada Viernes Santo en el Entierro de Cristo, con la solemnidad por las calles y cuerpos y fuerzas de seguridad escoltando a los pasos y con uniformes de gala. 

Tarde de barandales, de cruces parroquiales, de los signos de la Pasión, siguiendo los últimos pasos de Cristo en la tierra, en la Cruz, hasta la tierra misma. Tarde sin la Banda de la Armada por primera vez en más de cuarenta años, pero en la que no se ha apagado el esplendor de decenas de marchas sonando fúnebres y solemnes por la Rúa camino de la Catedral tras las distintas imágenes y grupos escultóricos: La Magdalena de Ángel Marcé, con sus aceites y ungüentos, acariciando, curando, como la mujer que la viste, Verónica, siguiendo los pasos de su tía, mi tía; La Conversión del Centurión, de Fernando Mayoral Dorado, el querido escultor e imaginero que se nos iba en junio del pasado año; la Lanzada de Ramón Álvarez, el Longinos, uno de los pasos irónicos e imprescindibles de la Semana Santa con su caballo encabritado; la maravilla de la madera y de la fe, el Cristo de las Injurias; el Descendimiento de Ramón Álvarez, primer paso del imaginero;

San Juan y Nuestra Señora, de Ricardo Flecha, que anda lidiando otras batallas con la misma fuerza con la que esculpe; 

El Descendido de Mariano Benlliure, primera obra del artista para el mundo, que condensa la ternura de la Madre en un mechón de pelo ensortijado; la Piedad de Manuel Ramos Corona; la

Conducción al Sepulcro, de Garrós, metiendo a pulso a Cristo muerto en una humilde sábana, el lienzo de la vida; Retorno del Sepulcro, de Ramón Núnez, felizmente a hombros; el Santo Entierro (Lfa Urna), con su Cristo Muerto de Luis Álvarez Duarte, siempre horizontal, tan elegante; y la Virgen de los Clavos, última obra de de Ramón Álvarez, honrada bajo palio en su camino de regreso de la tumba del Hijo Muerto. 

Directivos de otras cofradías, autoridades civiles y militares y Junta pro Semana Santa han rendido honores a Cristo Muerto por la calle. Un Cristo que anunciaban los tambores de la cofradía y al que cantaban en los fondos o paradas de la procesión las voces graves del Coro San Alfonso. Tarde de solemnidad, de respeto, de luto y dolor para los creyentes en una Zamora que resucita porque es Semana Santa y está atestada de gente, de abrazos, de emociones, de vida. 

En verdad tuvo que ser algo muy grande cuando después de dosmil años la humanidad, Zamora renace, rebrota, y lo conmemora cada primavera a la espera de la resurrección. En verdad era el Hijo de Dios.

Real Cofradía del Santo Entierro

 

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