En la Catedral no está Miguel Ángel Regueras y sus amigos, sus compañeros, sus hermanos, derraman lágrimas de tristeza por su pronta marcha. Como no acordarse de un amigo que ha sido tan importante. Faltan unos minutos para que se abran las puertas de la Catedral y cada uno, en su interior, se acuerda de aquellos que le faltan. También en las aceras donde al paso de la corona de flores, es inevitable mirar al cielo buscando el consuelo de los que se marcharon.
Es Sábado de Pasión y entre dos luces Jesús camina entre dos mundos: el de los vivos, sus hijos que se acercan con túnicas de blanco hueso portando el farol de la luz que guía a la esperanza a los zamoranos; y el de los muertos que honra la cofradía acercándose al cementerio para rezar por todos ellos.
Suenan las esquilas del Barandales anunciando la vida, la luz, la esperanza tan necesaria tras dos años entre tinieblas, dos años de oscuridad y de la terrible muerte. Como lágrimas que se van al cielo y son recogidas por los seres tan queridos, el vidrio parece querer desprenderse de la pesada madera de la Cruz de los Ausentes. Cruz de Coomonte que este año estrena nueva forma de carga para hacer menos pesado su caminar hasta San Atilano donde descansan los ausentes.
El Jesús de Hipólito Pérez Calvo, quien ya tiene con él a su querida Teresa Mulas, abre sus brazos para acoger el dolor de los zamoranos afligidos, esos que en estos dos años de pandemia han tenido que realizar el mismo recorrido hasta el camposanto de Zamora, el de sus pueblos, el de su capital. El mismo dolor.
Anochece en Zamora y el Jesús de Luz y Vida recorre el mismo Puente de Piedra que ayer recorriera el Nazareno de San Frontis aunque en distinto sentido. Un Nazareno que va a encontrarse con la madre, un Jesús que va a despedirse de los suyos.
Entona el coro ‘De Profundis’ junto al crucero del Camposanto mientras la ciudad calla, enmudece, se aferra a la luz y a la vida.
Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios