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La afición terminó ovacionando al equipo tras aguantar las embestidas rivales

Era un día para conseguir sí o sí la victoria después de dos empates seguidos a domicilio. Después de tres semanas, el Zamora regresaba a casa y lo hacía para enfrentarse a un Tordesillas que este año apunta a la zona noble de la clasificación. 

El partido no pudo empezar mejor, con la diana de Sopale antes del cuarto de hora. La presión de Viti levantó a la hinchada del asiento, máxime cuando dio sus frutos y terminó en asistencia de gol. Esa alegría se tornó en desaliento con el empate, tras comprobar la afición que al equipo le faltó contundencia y encajaba el 1-1. Un desaliento que a su vez se transformó en incredulidad al ver la expulsión de Sopale, y en cabreo con las últimas decisiones arbitrales en los estertores de la primera mitad. 

Incluso, antes del descanso, la afición tuvo tiempo para lamentarse por las dos ocasiones falladas por Iñaki Eguileor en sendos manos a manos con el arquero. En el asueto, la sensación generalizada era la de que tocaría sufrir en el segundo acto y así fue. 

Los algo más de setecientos espectadores que estaban en las gradas alentaron al equipo, lo jalearon y le dieron aliento en los minutos de mayor agobio. Los rojiblancos se dejaron la piel en el campo para mantener el empate ante el empuje visitante, y la afición también le sostenía con sus aplausos y ánimo. 

Al final, reparto de puntos muy aplaudido por la afición por el derroche físico de sus jugadores y pitada monumental para una actuación arbitral más que controvertida.

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