Había pasado más de una década desde que se enfundaron por última vez la elástica rojiblanca del Atlético Zamora y los recuerdos inundaron con rapidez el vestuario. No hizo falta pactarlo. Los futbolistas ocupaban de manera casi mecánica en el vestuario el mismo lugar que tenían hace doce años. Los mismos colores, el mismo lugar y las mismas caras. Eso sí, faltaba una. La principal. 

No estaba el capitán del barco. Miguel Ángel no estuvo presente en el centro del vestuario para ofrecer la charla a los suyos, sus consejos, su ironía… Pese a todo, mientras los futbolistas terminaban de calzarse las botas, el recuerdo de todos hacía presente la memoria de su técnico. Algo similar ocurría en el vestuario del Fuentespreadas. La camiseta que portaban en su caso era la albiceleste, en honor al combinado argentino. 

Los dos conjuntos portaban en su pecho la cara de Miguel Ángel González y saltaban juntos al terreno de juego. Allí se desarrolló el acto central. Nacho Merino y Pino dirigían unas palabras emotivas en recuerdo de ‘el argentino’. Sus dos hijos y su pareja estaban en el césped y recibieron varios presentes que no hacían más que corroborar el cariño que le profesaban los más de cuarenta jugadores que estaban sobre el césped. 

Una camiseta de cada equipo, una placa y un ramo de flores precedían al respetuoso minuto de silencio que guardaron todos los asistentes. Muchos de ellos se emocionaron, incluido el alma mater del club, Antonio Fernández Carbajo, que recibió con los brazos abiertos a Miguel Ángel González cuando llegó hace varias décadas a la capital del Duero. Después llegó el momento de jugar, de divertirse, de disfrutar y de recordar viejos tiempos. 

Noventa minutos de juego que finalizaron con un ajustado 3-5 para el Fuentespreadas. Pero lo más importante, noventa minutos que finalizaron con la promesa de que cada último fin de semana del mes de septiembre, los dos equipos se juntarán de nuevo año tras año para seguir recordando ‘al pibe’.

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