En ese instante, al pie del autobús, minutos antes de emprender el largo viaje de regreso, un rostro era la imagen de la felicidad. Rodri acababa de completar un partido por primera vez desde su grave lesión de rodilla, que le mantuvo apartado de los terrenos de juego durante nueve meses: “Ya no me molesta”, afirmaba risueño el centrocampista del Zamora. Precisamente, en A Malata comenzó hace casi un año su calvario; el mismo lugar donde, ayer, quedó enterrado.
Unos metros más allá del autobús, contra los muros del estadio que acababa de acoger el partido, el héroe de la victoria, Cristian, charlaba animadamente con el delantero Sergi Mut. A sus 19 años, el centrocampista zamorano comienza a hacerse un hueco en el equipo de su tierra y, ayer, volvió a dar un puñetazo sobre la mesa en forma de gol. Su peso dentro del colectivo ya no es el de un jugador testimonial y cada vez se consolida más como una alternativa real para estar en el once de Roberto Aguirre.
Cristian y Rodri terminaron el partido de A Malata juntos en el centro del campo. El primero, con la idea de destruir y de frenar las acometidas ferrolanas, como hizo con la jugada que pretendía armar Dalmau en los últimos compases; el segundo, con la intención de amarrar la posesión y de defender con la pelota el botín que constituían los tres puntos. Misión cumplida para ambos. Jamás habían coincidido en el primer equipo. Pocos saben que formaron, en su día, la medular del juvenil del Zamora. Una extraña pareja. Ayer, una pareja feliz.
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