A menudo vinculamos el lazo de color rosa al Cáncer de Mama, el violeta a la Violencia de Género y el rojo al VIH. Sin embargo, aún nos cuesta asociar el lazo dorado a los 1.400 niños que cada año son diagnosticados de cáncer infantil en España. Con motivo de su fortaleza y resistencia, se les atribuye este color como si estuvieran hechos de oro, como Ana. 

Durante la entrevista, sonríe, juega con el carro de la compra y hace fotos con el teléfono móvil de su padre. Aunque viste con ropa de niños de 24 meses, tiene tres años, asiste con normalidad a primero de infantil en el Colegio de Morales del Vino, baila en el grupo Doña Urraca y hace natación. Sus padres dicen que es maravillosa, muy cariñosa, inteligente, y que es quien les da fuerzas para seguir adelante cada día. 

A los pocos meses de embarazo, Belén acudió junto a Ángel a una clínica privada para averiguar si el bebé que estaban esperando era un niño o una niña. En aquel momento, poco importó el sexo del bebé. El médico le avisó de que “algo no iba bien” y de que se trataba de “algo serio”, cuenta Belén. Ya en Madrid, les informaron de que la niña venía con un tumor que no estaba permitiendo al bebé desarrollar su aparato urinario y estaba provocando otras complicaciones como la falta de maduración de sus pulmones. Pese a todo, la pareja residente en Morales del Vino decidió seguir adelante con el embarazo. 

Al no existir un servicio de oncología pediátrica en Zamora, Belén tuvo que trasladarse de nuevo a la capital para dar a luz. Allí, nació Ana de forma prematura a los seis meses y medio. Antes del parto, los médicos avisaron a la pareja de que lo más probable es que el bebé muriera. Esa sería la primera vez que se lo dirían. Belén y Ángel tendrían que escuchar la frase en otras dos ocasiones más. La segunda, a los tres días de vida, cuando a Ana le fue extirpado el teratoma. “Yo aún no la conocía, estaba en la UVI porque tampoco daban un duro por mí”, explica Belén. “Nos dijeron: por decirte algo hay un 30% de posibilidades de que salga y ni eso”, recuerda con pesadumbre Ángel. 

Afortunadamente, la operación salió bien pese a las complicaciones posteriores y al mes de vida, los médicos repitieron la infausta frase una tercera vez, después de comunicarles a sus padres que Ana debía recibir quimioterapia. “Tenía un mes, era como la palma de mi mano y pesaba kilo y medio. Nos dijeron: si no le damos quimio, se muere. Si se la damos, puede que no se muera, pero al tratarse de un caso tan raro, no sabemos cuántos ciclos le tenemos que dar ni la cantidad ni nada. La decisión es vuestra”. “¿Qué podíamos hacer?”, se preguntaba Ángel. En ese momento, en una gran sala y en una mesa redonda con numerosos oncólogos y personal sanitario, Ángel aseveró: “Mi hija va a salir. Sí, hay salida”, recuerda. Cuando transcurrieron los tres primeros meses, Belén se animaba a sí misma diciendo: “si Dios me ha dado la posibilidad de conocerla, no creo que sea tan cruel de quitármela ahora, ¿no?. Y ahí la ves, luchando como una campeona”. 

En la actualidad, Ana acude periódicamente a Madrid a revisiones con el pediatra, el urólogo o el oftalmólogo, “son tantos los médicos que tiene…”, apostilla Belén. “¿Cómo se le explica todo este trajín de médicos a la niña?”, le preguntamos. “Engañándola”, contesta. “Sin embargo, ella es muy lista y sabe que si se sube en el coche, es de noche y hace muchos kilómetros… intuye dónde va”, declara. “De hecho, ya conoce a la señora de los análisis y en cuanto la ve por la puerta se pone a llorar, te mira y se nos cae el mundo”, confiesa Ángel. 

Una vez que fue intervenida de las operaciones más complejas, desde Madrid quisieron trasladar el caso a Salamanca por cuestiones de proximidad con el lugar de residencia de la familia, establecida en Morales del Vino. Sin embargo, en la capital charra le comunicaron que simplemente se limitarían a hacerle controles de analítica y ecografías ya que en ningún momento intervendrían a la pequeña. Por ello, los padres de Ana decidieron seguir con el tratamiento bajo la supervisión total del personal del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid. 

Debido a sus numerosos desplazamientos a la capital, la Asociación Española Contra el Cáncer  facilita una cama individual a Belén los días que tiene que quedarse a dormir con la pequeña, le ofrece el desayuno y la cena así como otros servicios de apoyo y animación para Ana. “Cada viaje a Madrid me supone unos 100 euros entre el depósito del coche y los peajes, recibimos ayudas de la Seguridad Social pero son de risa, son una miseria, y suelen concederlas con bastante retraso”, declara Belén, quien dejó su trabajo para poder atender a su hija. Ahora, ni se plantea buscar empleo. “¿Para qué? Ninguna empresa va a consentir que cada mes tenga que pedir varios días para venirme a Madrid”, expresa con rotundidad. “Ella dedica su vida a la vida de Ana y yo me dedico a trabajar” manifiesta Ángel, “porque si no, ¿de qué comemos?”, se pregunta. 

“Entonces la solución pasaría por la implantación del servicio de oncología pediátrica en el Complejo Hospitalario de Zamora, ¿no?”, le preguntamos. “Es una lucha perdida”, responden  casi al unísono negando con la cabeza. “Es una pena que con los hospitales tan nuevos que hay en Zamora no traigan a gente especializada. En ocasiones hemos acudido por un simple catarro de la niña o para averiguar si tenía una infección de orina y cuando le contamos todo el historial, ven el cuadro de la niña etcétera se asustan y no se atreven a hacerle nada. Por eso ya tenemos asimilado que cuando le pasa algo a la niña, tenemos que coger el coche y presentarnos en Madrid”, lamentan.

Allí, muchas veces la pediatra del hospital le pide a Belén que baje con Ana a la planta de neonatos para que los demás padres vean a la niña porque según ella “es un milagro”. “Habremos discutido por muchas cosas, pero por ella nunca”, concluye Ángel, quien lanza un mensaje de esperanza para todos aquellos padres o familiares afectados: “que sigan luchando, que lo intenten hasta el final porque sí se puede”.

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