El coronavirus nos quitó el adiós abuela, pero nos queda el hasta siempre.
Son las ocho de la mañana de un jueves de confinamiento. Sigo esperando a que esto acabe y poder abrazarte, abuela. Se enciende la pantalla de mi móvil, una llamada de mi madre tan pronto, supe que no era nada bueno.
-Han ingresado a tu abuela.
Fueron las palabras de mi madre antes de que las lágrimas le impidieran hablar más.
Tres días más tarde, esa llamada fue de madrugada, en esta ocasión mi padre, lo supe, y mi corazón ya se rompió sin ni siquiera contestar. Llevaba un mes sin verte, sin abrazarte, y lo último que escuché de ti fue: "cuídate que tenemos que jugar al chinchón".
Y ahora no me quedaba nada. Se apagó tu voz, y el coronavirus me quitó el adiós, pero no nuestro hasta siempre. Gracias por tus 82 años de sonrisa constante, fui el niño más feliz del mundo en tu regazo.
Una estrella más brilla en el cielo, ten por seguro que eres la más brillante abuela.
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