Un amplio espectro de posibles víctimas pero un reducido número de denominadores comunes. Así es el acoso escolar. Un tipo de violencia que no siempre es física y que afecta a niños y niñas que se encuentran en edad escolar. Es cierto que los estudios realizados en los últimos años marcan a los niños de nueve y diez años, que acuden a cuarto, quinto o sexto de primaria, como los más vulnerables a recibir este tipo de acoso. Pero la realidad es que el acoso escolar puede ser un problema a cualquier edad. No obstante, los estudios coinciden en que hasta el Bachillerato suele darse un caso de cada diez que se contabilizan.
El mayor problema llega en que muchos de los casos no son computables, debido a que una de las características que posee este tipo de violencia es que lleva a los agredidos a un punto de tamaña depresión que guardan silencio. A veces porque no son conscientes de que lo que sucede no es normal, a veces por vergüenza y otras veces porque por algún motivo piensan que merecen ser tratados así. Además, otra característica que agudiza esta problemática es la actitud de los adultos en algunas ocasiones, ya sean los docentes de los centros educativos o los propios padres, que despachan el problema con un "es cosas de niños".
Sin embargo, y tal y como muestran los estudios, la detección temprana es clave para evitar daños psicológicos graves y permanentes. Ya que se ha demostrado que los niños que en los centros educativos sufren acoso escolar, arrastran secuelas durante toda su vida.
Los síntomas más claros a la hora de detectar este problema comienzan con los cambios en el comportamiento, una situación que se da también en la adolescencia, y de ahí que puedan confundirse. Generalmente, el menor no quiere ir al colegio, se muestra nervioso cuando debe hacerlo, falta a clase o regresa en cuanto puede a casa. El fin de semana está bien y el domingo por la noche empieza a encontrarse mal. Además, su comportamiento fuera del colegio cambia, evitando salir con los amigos, dejando de lado sus aficiones, hablando menos con sus padres y empeorando los resultados académicos.
También existen signos físicos como ‘perder’ habitualmente material escolar, ropa, pedir dinero a sus padres de manera constante. Por último, pueden ser reveladores los signos psicosomáticos de forma que el niño puede sufrir malestar al levantarse, mareos, dolores de cabeza, molestias o alteraciones gastrointestinales, sensación de asfixia u opresión en el pecho, temblores, palpitaciones, alteraciones del apetito o del sueño.
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