La curiosidad de una hija de maestros
La científica Charo Heras, con el corazón dividido en una mitad zamorana y otra, medinense, nació ya con la curiosidad y la inquietud por el conocimiento dentro de sus genes, no en vano había varios maestros entre sus ascendientes.
Su abuelo materno era maestro en el barrio de San Frontis, en Zamora, y ella destaca con vehemencia y calor a sus padres, José Andrés Heras, de Luelmo de Sayago, y Amelia Celemín, de Gallegos de Hornija (Valladolid), quienes fueron maestros nacionales en Rubí de Bracamonte, pequeño pueblo próximo a Medina del Campo. “Por aquel entonces, las maestras tenían 40 días antes del parto y 40 después. Por eso cuando me preguntan cuándo empecé en la escuela digo que antes de nacer”, asegura.
Los psiquiatras y los pedagogos suelen acotar los primeros recuerdos válidos de la vida en torno a los tres años y medio y Charo Heras, como le gusta que la llamen, se adelanta también en eso, ya que recuerda cómo a los tres años de edad, estaba sentada en una alfombra, al lado de la mesa de la maestra, es decir, de su madre, jugando con pesas y balanzas.
Aquellas pesas, aquellas balanzas, aquellos experimentos en fárfara con un plano inclinado marcaron para siempre a la pequeña científica, quien se muestra sumamente agradecida a la profesora de marras, Natividad Castellanos. Charo Heras se convirtió en 2010 en la primera mujer en presidir la Real Sociedad Española de Física y no olvidó, poco después, ponerse en contacto con aquella maestra para agradecerle los desvelos mostrados medio siglo antes.
La científica en ciernes preparó el Bachillerato en Rubí de Bracamonte y se fue con nueve años a estudiar al Claudio Moyano de Zamora, donde se examinó con éxito por libre. En la década de 1960, sus padres se trasladaron a dar clases a Medina del Campo, donde terminó el Bachiller, para hacer después el Superior en Zamora y el Preuniversitario en Madrid.
La carrera de Físicas era la continuación inexorable de una trayectoria fulgurante que la ha convertido en una de las científicas más influyentes y consideradas en el panorama internacional.
En 1973, en plena crisis del petróleo, ella ya estaba en la cresta de la ola profesional. Empezó a trabajar en 1976 como profesora no numeraria, lo que entonces se denominaba con el acrónimo ‘penene’, y formó parte destacada del grupo de Energía Solar en la Facultad de Física, con la intervención del reputado catedrático José Doria. La primera tesis que se leyó en aquel grupo fue la suya, precisamente sobre la chapa negra de los calentadores solares. “La parte experimental, claro”, puntualiza.
Sus estudios sobre eficiencia energética, especialmente sobre la energía solar térmica, le han granjeado el respeto de sus colegas y la admiración de los profanos, que valoran la forma llana y sencilla de explicar sesudos y abstrusos conceptos. “Vengo del mundo docente y me gusta enseñar. Hace mucho que la comunidad científica se dio cuenta de la importancia de que el gran público entienda lo que el científico hace y por qué lo hace. Y eso sólo lo consigues si lo explicas de una forma clara y directa, que cualquiera pueda entender”, señala.
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