Este jueves se cumple un año desde que se inició el primero de los dos incendios más devastadores que se han vivido en el territorio zamorano y entre los más graves del siglo XXI en España.
Días en vilo, horas eternas y sensaciones entremezcladas que pasaron del miedo al horror, de la incertidumbre a la desolación, con decenas de tristes historias, pero también de grandes muestras de solidaridad.
El fuego dejaba imágenes demoledoras con un incendio que ha arrasado casi 25.000 hectáreas en un perímetro de 120 kilómetros y que no se dio por controlado hasta pasados 10 días con decenas de medios terrestres y aéreos, así como vecinos, movilizados, y que vivieron momentos inimaginables con gran tensión tratando de salvar su forma de vida y sus casas e incluso teniendo que abandonar su sitio sin saber qué se encontrarían a la vuelta.
LAS EVACUACIONES POR LA CERCANÍA DE LAS LLAMAS, LOS MOMENTOS MÁS DUROS
A última hora de la tarde del 15 de junio de 2022 se originaba un incendio en plena Sierra de la Culebra y a primera hora del día siguiente, el jueves 16, se declaraba el nivel 2 de peligrosidad con condiciones meteorológicas muy desfavorables, principalmente por tormentas secas y viento en plena ola de calor, que hacía prever ya que se avecinaban dificultades puesto que había varios focos activos y ya se estimaba que se habían calcinado alrededor de 700 hectáreas.
Mientras llegaba la noche y los medios aéreos tenían que retirarse, la tensión crecía y el fuego avanzaba hacia núcleos habitados. Lo peor estaba por llegar y es que pasadas las dos de la madrugada de la noche del jueves al viernes eran seis los pueblos que tenían que ser desalojados, comenzando por Cabañas, donde el fuego se situaba a unos 500 metros del núcleo urbano y en mitad de los esfuerzos de contener las llamas con cortafuegos.
El humo cubría los pueblos, gran parte de población envejecida en las zonas y la Guardia Civil y vecinos, inicialmente, comenzaban el proceso de desalojo de los habitantes en momentos difíciles en los que algunos querían quedarse y defender sus casas.
Poco después la situación se repetía en Las Torres de Aliste, en Pobladura de Aliste y en Palazuelo, pero el infierno de esa noche no concluía y llamaba también a las puertas de Mahíde y San Pedro de las Herrerías para que los vecinos abandonasen sus casas.
El tercer día del incendio se iniciaba con perplejidad y tristeza para muchos en unas condiciones desfavorables que no cesaban mientras el fuego avanzaba con rapidez. A media mañana los habitantes de Boya y de Villardeciervos también tenían que desalojar las localidades para que ya por la tarde fueran los vecinos de Cional, Codesal, Flechas, Villanueva de Valrojo y Ferreras de Arriba y Ferreras de Abajo los que tenían que ser evacuados.
Se preveía una nueva dura noche y, aunque se lograba hacer frente al fuego en algunas zonas, por otras seguía avanzando. Fruto de ello resultaba que el sábado por la mañana se autorizaba el regreso a casa de los vecinos de siete pueblos mientras que se procedía a iniciar la evacuación de los habitantes de Otero de Bodas. Una jornada negra de nuevo y que a primera hora de la tarde volvía a golpear a más poblaciones con el desalojo en Pumarejo de Tera, Calzadilla de Tera, Olleros de Tera, Val de Santamaría, Junquera de Tera, Milla de Tera, Melgar de Tera, Vega de Tera y Villar de Farfón, Villanueva de las Peras, para concluir la jornada con la evacuación de los vecinos de Litos.
En algo menos de 48 horas habían sido 26 los pueblos que habían tenido que ser evacuados y los vecinos habían sido conducidos a otras zonas seguras y toda la provincia se mantenía en un sinvivir.
Ya sería el domingo por la mañana cuando, tras una evolución favorable, todos los habitantes desalojados podían regresar a sus casas (algunos ya lo habían hecho el día anterior) y comprobaban, con desolación, todo lo que había sido pasto de las llamas, la imagen más triste que jamás imaginaron y que se ha llevado por delante la forma de vida de mucha gente y los recursos de una de las joyas naturales de la provincia.
Por entonces comenzaban las muestras de solidaridad, enfados, responsabilidades y lucha por la recuperación, así como agradecimiento a aquellos que dieron todo y lucharon sin descanso para intentar minimizar las consecuencias.
Lo que nadie esperaba era que la desgracia no había terminado y en un mes volvería a azotar a la provincia con el fuego que se originaría en Losacio y que no solo sumaría otras 26.000 hectáreas quemadas y nuevos pueblos desalojados, también se llevaría vidas por delante.
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