En las últimas horas terminaron en Zamora las XIV Jornadas Diocesanas que comenzaron el miércoles pasado, dedicadas a “La familia en el Año de la Misericordia”, y que han contado con gran participación de laicos, sacerdotes y consagrados que se han reunido durante tres días en el salón de actos del Seminario San Atilano para escuchar las ponencias.
La puerta de la afectividad
El encargado de la conferencia de la tarde de ayer fue el sacerdote Lorenzo Trujillo, delegado diocesano para la Formación de Ciudad Real, y que durante mucho tiempo fue rector del Seminario de aquella Diócesis. Explicó que “la gracia de Dios tiene que tener siempre una realidad en la que enganchar”. Y cuando hablamos de la misericordia, futo de la caridad divina, “engancha con lo que Dios ha creado en el interior del hombre: la afectividad, que va más allá de los sentimientos, que tiene que ver con ser afectados. La afectividad es la ventana por donde entra la caridad divina, y por ello es la puerta de la misericordia”.
Si la misericordia es acercarse al que padece miseria, explicó el sacerdote, “entonces no nace de la inteligencia ni de la voluntad... se refiere siempre a un ser que tiene déficit, que falla en la verdad, en la bondad o en la belleza. Por eso nace en la afectividad, en algo mucho más hondo”.
También afirmó que “desde hace 50 años estamos viviendo una revolución en la afectividad, en los sentimientos. Uno de los puntos clave es que lo que antes era íntimo, privado, cosa de familia, cubierto por el pudor, ahora se convierte en algo público y que se quiere dar a conocer”.
Esto, señaló, trae consigo “un cambio muy fuerte, que consiste en sacar lo íntimo a la calle. Esto tiene un aspecto muy bueno: caen las hipocresías y las corrupciones morales que se callaban”. Sin embargo, también “tiene un peligro, porque es como la erupción de un volcán. La salida de los afectos en tromba arrastra también algo que la educación había orientado: las emociones primarias que compartimos con los animales. La educación era la cubierta que había creado el pudor para que pudiéramos convivir... acabando con esto, por la vía de los afectos, las emociones animales se apoderan del hombre”.
La importancia de ser hijos
Según explicó Lorenzo Trujillo, “el primer botón de la afectividad, la puerta de entrada, es la filiación. Todos somos hijos, y Cristo también era hijo, con una genética, en donde venía todo lo de sus antepasados. Ser hijos es ser agradecidos, saber que la historia no empieza conmigo: yo soy un receptor de algo, lo modifico y lo transmito”.
En la familia se comprueba que “si la filiación se pierde y se deteriora, la convivencia es muy difícil. Hemos sido creados a imagen del Hijo de Dios para ser hijos de Dios”. Pero ahora estamos en una crisis de la filiación, y por ello “la maternidad está en crisis”. El ponente dijo con claridad: “yo sueño con una ciudad en la que haya más niños que perros”. Señaló que “la familia hoy sufre, con divorcios generalizados, lo que hace que los hijos no sean criados como hijos”.
Hablando de las bodas, Trujillo dijo que ahora “se ve que los amigos son los protagonistas, desplazando a la familia. Se trata de la familia nocturna de las personas, no de su familia carnal, que está en crisis”. De esta manera, alertó, “la misericordia peligra, y puede quedarse sin pista de aterrizaje. La afectividad puede sufrir graves trastornos con resultados impredecibles y destructivos. Toda persona con corazón, sensatez y cultura siente que esto es un desafío, la gran tarea de nuestra generación”.
El matrimonio no es fruto de la misericordia
El sacerdote dedicó un segundo momento de la ponencia a explicar cómo “la familia es el lugar de aprendizaje de la misericordia”. Sin embargo, aclaró que “el matrimonio no se realiza por misericordia, sino por atracción y amor erótico. En el enamoramiento se percibe la grandeza del otro, no sus miserias. Claro, el matrimonio tiene la dificultad del tiempo: por un lado es nuestro amigo, y queremos prolongarlo, pero también es nuestro enemigo, porque llegan la rutina y el aburrimiento. Si no tenemos cuidado, el tiempo nos derrota: no sólo físicamente, sino anímicamente”.
En este tiempo “sí hay novedad: cuando el amor erótico pasa por momentos de decaimiento, tiene que intervenir la misericordia, en forma de perdón. Es importantísima: cuando alguien nos perdona, elimina un tipo de pasado y nos abre a un futuro. El perdón es como un nacer de nuevo. Dios no da amnistías, porque en este caso el criminal sigue siéndolo. Perdonar es recrear. Cuando el amor humano cae en un bache, la misericordia es capaz de reconstruir y regenerar”.
Por eso “el matrimonio no es efecto de la misericordia, uno no puede casarse porque se apiada de otra persona”. Aunque “a lo largo de un matrimonio, si no hay misericordia, es muy difícil que se mantenga el amor”. La primera visión de la miseria y de la fragilidad la tenemos de la gente que tenemos más cerca, aquellas personas con las que vivimos, y de las que conocemos sus mentiras... Por ello, “la misericordia descubre una nueva dignidad, unos nuevos valores. Cuando se ama en esa situación, se está resucitando al otro. Es costoso, y a veces cuesta la vida, pero es real”.
Padres, hijos y abuelos
La misericordia no solamente es entre los esposos, señaló Lorenzo Trujillo, sino también entre padres e hijos. “El ejercicio de la ternura de los padres hacia los hijos pequeños es un aprendizaje de misericordia. Y si no se degrada la relación, los hijos van aprendiendo la misericordia de sus padres”. Ser hijos es “ir aprendiendo la misericordia compadeciéndose de los padres. La compasión no es una ofensa cuando nace del amor. Y no digamos los abuelos. Una familia que no ejercite la ternura hacia los abuelos está eliminando la filiación de sus hijos. Si hay abuelos, hay hijos. La relación de los abuelos con los nietos es un tipo de paternidad y de ternura muy especial”.
Los abuelos, afirmó, “son imprescindibles para el matrimonio y la misericordia, y para que la filiación, el sentimiento de hijos, no se pierda. Y para que los abuelos aprendan a recuperar su ser hijos, obedeciendo a sus hijos cuando les toca. La vida está tan bien hecha por Dios, que si la viviéramos correctamente, la misma vida nos educaría en la misericordia desde el núcleo del amor familiar”.
Lorenzo Trujillo aconsejó, en este contexto, que los matrimonios jóvenes participen “en las asociaciones matrimoniales y familiares como la segunda forma para recuperar el parentesco, que es muy importante. Eso lo notan los hijos y los nietos, es algo que los protege. Esos parientes y amigos son un apoyo esencial de misericordia. La reunión de matrimonios es uno de los actos de misericordia familiares más productivos”. Desde los cursillos prematrimoniales habría que aconsejar esto, porque “la familia hoy necesita un entorno, ya que hoy las familias están dispersas”.
La familia, más allá de sí misma
La familia hoy se puede cerrar sobre sí misma, pero el mundo está ahí fuera, tal como recordó el ponente, mirando a la actualidad y a la historia. “La familia endogámica es la creadora de la tribu y el clan, y destruye la ciudad. La ciudad cristiana medieval, heredera de la ‘polis’ griega y de la ‘civitas’ romana, tiene la plaza como lugar de encuentro de todos”. De hecho, recordó cómo ell principal problema de algunos países africanos para acceder a una política libre es la endogamia de las tribus. Esto pervive en Occidente en las mafias, que funcionan con su “pseudo-familia”, y también se da en los partidos políticos.
“La familia abre a la misericordia ejercida más allá de la familia, y a eso nos empuja la fe. Esa apertura a todos de Dios puede crear un cristianismo de fronteras muy difuminadas. ¿Quién es cristiano? No puedo poner fronteras, porque Dios es más grande que todo eso. La familia, educadora en la misericordia, tiene que convertirse en una familia misericordiosa desde el momento del matrimonio. La mesa familiar es una mesa abierta”, explicó.
Dentro del proyecto familiar “hay que pensar qué se hace por los demás, qué se hace para que la ciudad sea humana, para que los poderes no se apoderen de todo... La familia tiene que construir la ciudad. La unidad humana principal no es el Estado ni la autonomía, sino la ciudad, donde se convive en libertad, el ayuntamiento o ‘ajuntamiento’. La familia no se puede quedar en sí misma”.
La familia, imagen de Dios
“Yo también nací en Belén”, dijo de repente, y enseguida aclaró: “pero mi pesebre fue una pila bautismal, de la que me cogió el Padre para decirme que soy su hijo amado. Hemos sido adoptados por Dios, y nuestra vida debe responder a eso. La familia humana debe ser reflejo de la familia divina, la Trinidad, que es una única sustancia en tres amores o personas. El Padre se vacía de sí engendrando al Hijo, el Hijo se vacía de sí entregándose, y el Espíritu lleva el amor entre ellos”.
Si la familia sigue el camino de maduración, “será un icono de la familia divina. A lo mejor los miembros de la familia no lo notan, pero están sembrando en el mundo a la Santísima Trinidad. La casa de la familia es el templo de la Santísima Trinidad, y la mesa es el altar de Dios, y el lecho, y el despacho, y las habitaciones aunque estén vacías porque ya falta alguno”.
La familia es una vocación, y en el fondo “una vocación es una demasía, es un exceso, algo que viene del Espíritu Santo, que es una exageración. No tiene vocación el que cumple sus deberes con cuidado, sino el que inventa deberes para darse el gusto de cumplirlos, como decía Gregorio Marañón. La vocación es la forma en la que uno se entrega, en la que uno deja de ser para que otros sean. Cada uno a su manera, como Dios lo llama”.
Lorenzo Trujillo concluyó su intervención mostrando su deseo de que “el Señor nos conceda despertar a esta forma de ser, a este estilo, a este don de Dios que va más allá de unas obras de misericordia. Es algo que se aprende en la vida y que a veces uno traiciona. Es un año para experimentar el perdón y transmitirlo, para generar misericordia, hasta donde Dios quiera y como Dios quiera. No nos faltará la ayuda del Señor. Estamos en un tiempo crucial en el desenvolvimiento de la historia contemporánea. Nunca ha habido más experiencias que hoy: el Señor está llamando a la puerta. Hay peligros, pero Dios está entrando; dejémoslo entrar en la familia con la misericordia en la mano”.
Clausura de las Jornadas Diocesanas
Al terminar la conferencia, el obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, subió al escenario para agradecer al ponente su presencia, además de la aportación de los dos ponentes anteriores, y agradeció la asistencia de los zamoranos. Explicitó su intención de que “lo que aquí han sembrado los ponentes quede en nosotros y fructifique para bien de nuestra Iglesia diocesana. Hay todavía campo y posibilidades que nosotros no entendemos ni esperamos, pero Dios actúa. Dejad que Dios actúe a través de vosotros”.
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