El misionero claretiano Bernardo Blanco, nacido en Ceadea de Aliste, en la provincia de Zamora, falleció a la edad de 97 años en Quezón City, Filipinas, dejando un legado de entrega y valentía en su labor misionera. La Conferencia Episcopal Filipina ha expresado su pésame por su partida, recordando su incansable dedicación durante más de tres décadas en el país asiático, a pesar de las adversidades que enfrentó, como su secuestro en 1993 en la isla de Basilan.
Blanco fue ordenado sacerdote claretiano en 1953 y, tras su ordenación, comenzó su misión en Guinea Ecuatorial, donde sirvió durante 22 años. Sin embargo, las tensiones políticas que se vivieron en el país africano en 1968 llevaron a la expulsión de los misioneros, siendo Blanco uno de los afectados en 1976. Fue entonces cuando fue destinado a Filipinas en 1977, donde se dedicó a la pastoral juvenil y a promover la devoción a la Santísima Virgen María en la ciudad de Zamboanga, en la isla de Basilan.
En 1993, Blanco vivió una de las experiencias más dramáticas de su vida cuando fue secuestrado por extremistas vinculados al grupo terrorista Abu Sayyaf. Durante los 49 días de cautiverio, el misionero tuvo que escribir 12 cartas bajo coacción, incluyendo una con la contraseña en latín “Nolite credere”, alertando que no creyeran nada de lo que decía. Finalmente, aprovechando la oportunidad cuando sus secuestradores dormían, logró escapar y, guiado por las estrellas, escapó por la selva, sorteando minas y cruzando ríos a nado hasta encontrar ayuda.
Tras su liberación, Blanco continuó su labor en Filipinas, siendo nombrado director espiritual del Seminario Claretiano en Quezón City en 1994, y posteriormente en la Claret Theology, donde trabajó tanto como superior como director espiritual. Su labor en la misión fue también reflejada en 2019, cuando participó en el programa “Misioneros por el mundo”, recordando su experiencia en el secuestro y su dedicación al servicio de los demás.
Bernardo Blanco será recordado no solo por su coraje, sino también por su profunda fe y vocación que lo mantuvieron firme a pesar de los desafíos que enfrentó en su vida como misionero.
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