De morder con fuerza la realidad diaria a analizar legajos de principios del siglo XIX

 De morder con fuerza la realidad diaria a analizar legajos de principios del siglo XIX
De morder con fuerza la realidad diaria a analizar legajos de principios del siglo XIX

Una andadura periodística de toda una vida siguiendo la senda de la actualidad y de la trastienda de la vida política, económica, jurídica y social española, al tiempo que creaba corrientes de opinión con numerosas intervenciones en todo tipo de soportes informativos y divulgativos colocan a Pedro J. Ramírez en una atalaya privilegiada para analizar la realidad.

Su reciente y abrupta salida del puesto de director de El Mundo, uno de los diarios que han marcado a fuego el periodismo español y continental, y sus críticas descarnadas a propios y a extraños, sin importar el color ni la condición, le procuraron la punta de velocidad necesaria para que la opinión pública le considere en un estadio que parece ubicarse más allá del bien y del mal.

En este contexto complejo, marcado por la polémica y por la admiración a partes iguales, el periodista y escritor se sumerge en un período de la historia española muy poco conocido. “Parece como si el siglo XIX se hubiera terminado nada más empezar, es decir, en la Guerra de la Independencia. Pero cuando Fernando VII vuelve a España, después de haber estado cautivo de los franceses, en vez de jurar la Constitución de Cádiz, cuyo bicentenario acabamos de celebrar hace una par de años, él la deroga”, explica. “Entonces, hay seis años, desde 1814 a 1820, el Sexenio Absolutista, en el que hay una serie de levantamientos militares pero todos son ahogados en sangre, diríamos, hasta que el 1 de enero de 1820 triunfa el levantamiento del todavía coronel Rafael del Riego. Fernando VII termina aceptando la Constitución”, añade.

Es en ese punto cuando se habla del “marchemos todos y yo, el primero, por la senda constitucional”  y se inaugura el Trienio Liberal, el primer período en el que los constitucionalistas tienen la oportunidad de demostrar cuál es su proyecto y qué son capaces de hacer con las instituciones políticas de la Constitución de Cádiz. “Desgraciadamente, se demostró en seguida que lo que los españoles querían hacer por la libertad, casi da vergüenza decirlo, era matarse los unos a los otros porque se genera enseguida una situación de la primera guerra civil larvada, no declarada, entre las partidas absolutistas que se forman en el mundo rural y el, digamos, ejército liberal, que se apoya en las ciudades, en los segmentos burgueses”, recuerda. “Eso genera una escalada de tensiones y problemas que desemboca en la invasión de los 100.000 hijos de San Luis en el momento ese en que las Cortes se retiran de Madrid a Sevilla y buscan un personaje de consenso en el mundo liberal que pueda liderar la defensa de la España constitucional y la integridad de la nación y recurren a este protagonista de mi libro, José María Calatrava, que es un magistrado del Tribunal Supremo, un abogado extremeño, un hombre que había estado en las Cortes de Cádiz”, agrega.

Comprar un archivo

No es nada habitual comprar todo un archivo para escrutar una realidad histórica, máxime cuando se pretende hacer una novela que no es histórica, en contra de lo que podría parecer. “Todo lo que sale en el libro es realidad y, si se atribuye una expresión, es que lo dijo pero lo que sí es de novela es cómo yo descubrí el archivo que ha estado oculto, secreto, durante casi 200 años, de ese último jefe del gobierno constitucional, José María Calatrava”, reconoce. “Si no se hubieran dado una serie de casualidades, yo jamás hubiera llegado a la pequeña librería De Viejo, de la calle Lope de Vega de Madrid, donde yo llegué en realidad para tratar de comprar una carta de suicidio de un general que era riojano, paisano mío, y por eso fui”, relata.

El vendedor de libros le contó que, tal vez, podía haber más documentación disponible, concretamente, un archivo que su padre, que había fallecido hacía ya tiempo, había comprado en una testamentaría los papeles del ministro Calatrava. “Me dijo que, si yo estaba interesado, él lo podía buscar porque debía de estar en algún armario, en algún sitio perdido por casa y, claro, yo le dije que me interesaba y, a las dos semanas, ahí estaba ese inmenso tesoro que, realmente, me permite en el libro hacer una aportación”, detalla Pedro J. “A mí me dio un poco de estremecimiento, escalofrío, el otro día, cuando en la rueda de prensa que hicimos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el catedrático de Historia Contemporánea de la Complutense, Juan Francisco Fuentes, dijo literalmente: el archivo de Calatrava equivale para estudiar y conocer el Trienio a lo que las Memorias de Azaña supusieron para la II República”, anota.

Pedro J. Ramírez resumió algunas de estas ideas para el público que acudió ayer al auditorio de Caja España-Duero de La Marina, dentro del acto organizado por el Club La Opinión-El Correo de Zamora para presentar la obra en la capital zamorana.

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