No era viernes y no era santo. No estaban los 4.000 cofrades y tampoco se sentía el frío de la espera. Sin embargo, olía a incienso y una combinación de luces, voces y sones tele transportaron a los cientos de congresistas presentes a la noche del Viernes Santo. 

Una luz tenue y una sentida narración casi susurrada por Ana Pedrero y Javier García crearon el ambiente íntimo propio de la procesión. Una cuidada proyección de fotografías y vídeos sobre el escenario del Principal se fue intercalando con las impecables intervenciones de la Banda de Música de Zamora, el Coro Sacro ‘Jerónimo Aguado’, la Banda de Cornetas y Tambores o el extraordinario acompañamiento del chelo. 

El dolor de una madre con su hijo muerto en brazos se trasladó a cada uno de los asistentes que guardaron un silencio sepulcral durante los noventa minutos de ceremonia. La devoción por Nuestra Madre y la nostalgia de la Semana Santa invadió el coliseo zamorano con el único consuelo de que pronto regresará el tiempo de pascua, las túnicas a los armarios, las medallas a los cajones y la pasión a las calles.

 

 

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