Los Tercios zamoranos vencen en la Batalla de Empel tras obrarse el milagro

Cuando parecía estar todo perdido y los holandeses se acercaban a la isla, el viento gélido heló las aguas, posibilitando a las tropas zamoranas atacar las embarcaciones de Flandes para vencer en una batalla que parecía estar perdida unas horas antes.

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Caía la tarde ya en la isla de Bommel y las tropas zamoranas empezaban a sufrir las consecuencias del intenso frío holandés. Se avecinaba una batalla tras la victoria ante las primeras embarcaciones holandesas. La táctica del coronel holandés de destruir los diques de la isla parecía funcionar y poco a poco la marea subía, haciendo que las tropas zamoranas tuvieran que replegar.

Un soldado holandés, con una bandera blanca, ofreció, en nombre de su coronel, la rendición de los Tercios. Sin embargo, el capitán Bobadilla respondió lo siguiente: “los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

Con los diques abiertos y la marea subiendo, los soldados zamoranos comenzaron a cavar trincheras. Durante el proceso, un soldado dio con una virgen, que se la entregó a Bobadilla, que la utilizó para motivar a sus soldados. Con poca esperanza e incluso despidiéndose entre ellos, sabiendo de la dura batalla que les esperaba, el frío continuaba llegando a la isla de Bommel.

Los vientos gélidos comenzaban a helar las aguas, dando esperanzas a los Tercios zamoranos, que ya habían comenzado a comerse el cuero de sus ropajes. Bobadilla inspeccionó la orilla y comprobó que todavía había una posibilidad de vencer a las tropas de Flandes. En plena noche, las aguas estaban tan congeladas que impedían el paso de las embarcaciones holandesas, que tampoco podían retirarse debido a la fuerza de la corriente.

Bobadilla, al comprobar que el hielo aguantaba el peso de sus soldados, atacó a través de la superficie helada las embarcaciones de Flandes. Tras esta victoria española, el capitán holandés manifestó en una carta que “tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”. Por su parte, Francisco Arias de Bobadilla solicitó al rey Felipe II que a partir de esta fecha, 8 de diciembre de 1585, se celebre una fiesta en honor a la Virgen de la Inmaculada.

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