Zamora, en camino con su patrona: siglos de fe hacia La Hiniesta
Un rito que hunde sus raíces en la Edad Media y que cada Lunes de Pentecostés sigue latiendo con fuerza entre la devoción y la tradición.
Cada primavera, el Lunes de Pentecostés, Zamora revive una de sus manifestaciones religiosas y populares más antiguas y sentidas: la romería de la Virgen de la Concha a La Hiniesta. Un trayecto de fe que no solo vincula dos lugares, sino también a dos imágenes marianas cuya relación se remonta, según la tradición, al año 1291.
Origen legendario, rito secular
La leyenda sitúa el inicio de esta romería en el traslado milagroso de la Virgen de la Hiniesta hasta Zamora, cuando se hallaba en construcción su templo. Durante ese tiempo, fue acogida en la iglesia de San Antolín, junto a la Virgen de la Concha, patrona de la ciudad. La convivencia de ambas imágenes germinó un vínculo indisoluble que ha perdurado siglos.
Cuando las obras de la iglesia de La Hiniesta concluyeron, la imagen regresó a su localidad acompañada por la Virgen de la Concha. Desde entonces, esta última no ha dejado de acudir anualmente en romería. Aunque parezca improbable que un templo se edificara entre 1290 y 1291, lo cierto es que la construcción del santuario databa al menos del siglo anterior. Lo que hizo Sancho IV fue impulsar su reedificación y dotarla económicamente, consolidando así el culto.
Existen varias razones que justificarían la presencia de la Virgen de la Concha en esta tradición: su patronazgo sobre Zamora, la acogida de la Virgen de la Hiniesta en su templo, y la costumbre de procesionar hasta la Cruz del Rey don Sancho por parte de la cofradía.
Las primeras huellas documentales
La primera descripción extensa de la romería data de 1495, año en que se produjeron altercados a su regreso. Ya entonces era una manifestación multitudinaria, en la que participaba el propio ayuntamiento. Los estatutos de la cofradía, fechados en 1503, detallan un ceremonial que aún se conserva en buena medida.
A las cinco de la mañana, los cofrades se reunían en San Antolín para celebrar misa. A las seis comenzaba el camino. Abrían la marcha el pendón y la seña, seguidos por los hermanos con cirios, la imagen del apóstol Santiago —representado por un hombre enmascarado con ropajes ricos— y la Virgen de la Concha, portada a hombros de cuatro sacerdotes.
De iglesia en iglesia, un diálogo de siglos
La primera parada tenía lugar en San Lázaro, donde la cofradía rendía homenaje a la Virgen venerada en este templo románico. En la actualidad, este gesto se mantiene ante la Virgen del Yermo. El encuentro de imágenes y pendones simboliza la hermandad entre parroquias.
La romería seguía su curso hasta la Cruz del Rey don Sancho, donde se entonaba el Regina Coeli. Aquí se perdió, según la leyenda, la imagen del Niño Jesús en una ocasión de clima adverso. El Niño apareció más tarde, misteriosamente, en las inmediaciones de La Hiniesta. Desde entonces, es llevado por un mayordomo desde este punto hasta el destino.
En el Teso de la Salve se repetía el cántico antes de llegar a La Hiniesta, donde los vecinos recibían la comitiva. Uno de los momentos más singulares es cuando la Virgen de la Concha rodea la iglesia en sentido contrario a las agujas del reloj, gesto que remite al rito de consagración del templo en el siglo XIII.
La Misa y la fraternidad
Durante la misa, la Virgen de la Concha es dispuesta en el presbiterio. Los estatutos de 1860 recogen la obligación de adornar con esmero la mesa sobre la que se la coloca. Tras la ceremonia religiosa, los romeros comparten un tiempo de comida y convivencia.
Al regresar, Zamora y La Hiniesta marchan unidas hasta las afueras del pueblo, donde los pendones se saludan una vez más. Se reza una última Salve en el Teso de la Salve. En ese momento se entrega al Niño Jesús un ramo de espigas, que más tarde se distribuirán entre niños y enfermos.
Tradición, hospitalidad y devoción
A lo largo del camino de vuelta, varias fincas acogen a los peregrinos con bebidas, dulces y limonada, perpetuando una hospitalidad ancestral. En Valderrey, la comitiva visita la iglesia del Cristo. Allí, la Virgen se posa sobre un túmulo de hierbas aromáticas, réplica del improvisado altar que improvisaron los primeros cofrades al no encontrar un lugar digno donde dejarla.
Una última parada sirve para reponer fuerzas. Los mayordomos ofrecen pastas y limonadas antes de acometer el tramo final, que discurre por el bosque de Valorio. Numerosos zamoranos se suman aquí a la romería para acompañar a su patrona en el último trecho.
La ciudad se rinde a su patrona
En la iglesia de los Remedios —heredera de la antigua estación de San Marcos— se une la representación del Ayuntamiento. La Salve marca el momento de devoción antes del regreso definitivo a San Antolín. Ya de noche, entre vítores y rezos, la Virgen de la Concha sube la cuesta de los laneros para entrar en su templo a hombros de los concejales.
En el interior, la imagen del Niño es ofrecida a la veneración, mientras se reparten flores y espigas entre los fieles. Así concluye, un año más, la romería que desde hace más de siete siglos mantiene viva la identidad espiritual de Zamora.
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