Abejera vuelve a disfrutar con sus Cencerrones en una de las obisparras más conocidas de la provincia

El Cencerrón y la Filandorra volvieron a hostigar al Ciego y al Molacillo en esta localidad alistana

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Abejera vuelve a disfrutar con sus Cencerrones en una de las obisparras más conocidas de la provincia.
Abejera vuelve a disfrutar con sus Cencerrones en una de las obisparras más conocidas de la provincia.

Abejera (Zamora) vive con intensidad una de las obisparras más conocidas de la provincia, una mascarada zoomorfa con un ritual simbólico de fertilidad agraria y femenina.

La acción se desarrolla junto a la iglesia parroquial y la fuente, en la plaza del Fornico, con continuas luchas de los dos grupos de protagonistas, interrumpidas por momentos de calma en los que el Ciego y el Molacillo cantan sus coplas en una zona donde hay esparcidas dos pacas de paja, el Gitano intenta vender sus abalorios y el Pobre pide limosna.

Una vez el alcalde concede la autorización, empieza la obisparra. El Gitano le muestra los papeles del burro que monta, con un diálogo improvisado; aparece el Ciego, casi cayéndose del burro, y el Pobre.

Acto seguido, salen el Cencerrón y la Filandorra, en medio de gritos, fuertes sonidos de cencerros y ceniza, y se dirigen a atacar al Ciego, quien intenta librarse mostrando una cruz de madera. Al final, el Molacillo y el Gitano, con un garrote y una tralla, respectivamente, evitan que se lleven al Ciego.

El Cencerrón luce una espectacular máscara demoníaca negra, con ojos rojos, cuernos de cabra y pieles que recubren la cabeza.

Después de un momento de calma, los protagonistas principales vuelven a provocar el caos y van a por el Ciego. La Filandorra echa ceniza a los espectadores y el Cencerrón intenta coger con las tenazas alguna pierna de los presentes.

Nuevamente, el Cencerrón y la Filandorra huyen y El Molacillo y el Ciego se sientan en la paja y cantan coplas sobre la actualidad del pueblo, acompañados por esquilas y un triángulo.

El esquema se repite durante toda la mascarada y termina en paz, como una chocolatada que disfrutan los habitantes del pueblo.

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