El arte contra el olvido de Rosendo, último barquero de una localidad de Zamora

La asociación cultural de Vecilla ha promovido la iniciativa creada por el artista Parsec, dentro del programa de "arte contra el olvido"

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El mural creado por el artista Parsec sirve de atractivo turístico en la localidad. Benaventedigital
El mural creado por el artista Parsec sirve de atractivo turístico en la localidad. Benaventedigital

Los vecinos de Vecilla de la Polvorosa han querido rendir un homenaje al último barquero, al recordado Rosendo, que hasta hace 56 años, el año 1966, y coincidiendo con la construcción del puente sobre el río Órbigo, cruzaba el cauce para dirigirse hacia la otra orilla del río. Gracias a la asociación cultural de Vecilla de la Polvorosa, el artista Parsec ha reflejado con fidelidad la plataforma que vadeaba el río de las manos de Rosendo.

Uno de los muros de la caseta de los músicos, en la plaza de Vecilla de la Polvorosa, contaba ya con una pintura de Parsec reflejando la barca, pero las obras de restauración del edificio afectaron a la creación artística por lo que la asociación cultural volvía a reclamar la ayuda del muralista y, en este caso, «ha pintado una gran obra y con todo realismo». Así lo expresan vecinos de Vecilla agradecidos por el mural que ya sirve de atractivo turístico.

La creación de una de las señas de identidad de este pequeño pueblo, rico en historia y en hospitalidad, forma parte del programa en el que se haya inmerso el colectivo cultural de Vecilla de la Polvorosa, del «arte contra el olvido» que cuenta entre sus participantes a algunos municipios de la zona y tiene como referente zamorano al de La Torre del Valle.

Si Rosendo llegó a constituirse en todo un personaje que pasará a la intrahistoria local de Vecilla de la Polvorosa, su barca vadeando el río Órbigo está impresa en la memoria de los vecinos mayores. Nada mejor que un verdadero homenaje al barquero Rosendo y por extensión al trabajo realizado por todos los barqueros quienes ayudaron a cruzar el río tanto a personas como haciendas, incluso mercancías.

Se reproduce a continuación un relato escrito por un hijo del pueblo como homenaje al último barquero de Vecilla de la Polvorosa.

La barca de Rosendo (por Antonio Justel Rodriguez )

La memoria, sustentada por un buen recuerdo, siempre se convierte en algo que ayuda a vivir. Y, digo esto, porque plenamente me estoy acordando de ROSENDO. ¿ Les suena ?. ¿ Les suena este nombre a ustedes… ?. ¿ A todos ?. Muchos, muchos tal vez recuerden aún a aquel buen barquero que nos pasaba de un lado al otro del río con poca palabra, una ciencia exquisita y una paciencia de santo inmortal.

De vacaciones desde Zamora, mi hermano Valentín y yo habíamos venido en el tren hasta Pobladura cerca de las 6 de la tarde en Navidad; llevábamos, bien lo recuerdo, además de una maleta de aquellas de cartón duro, recubierto de tela, una cesta de mimbre y un fardel; pero mientras marchábamos por La Vereda empezó a llover; echamos a correr y, corriendo, corriendo con la maleta y la cesta encima de la cabeza y el fardel dando saltos a la espalda de uno de los dos, nos refugiamos en la entrada de una de las bodegas que había a la derecha, casi sobre el río; y ya, cuando quiso escampar, volvimos a salir al camino. La noche se había hecho total y, al vislumbrar y asomarnos al cauce, ni una paja se movía; sólo se oía el rumor del agua, nada más. Parecía que el mundo hubiera desertado de sí mismo y no quedara un alma a la redonda; así que, por si acaso, y temerosos de que a semejantes horas y en un día de lluvia como aquel, allí realmente no hubiese nadie, más que a llamar nos pusimos a gritar bien alto: «Rosendo, Rosendo…, señor Rosendo…..»; y, allá abajo, nada; un poco aturdidos nos miramos desconcertados, pero insistimos alargando ahora la voz: tío Rosendooooo, señor Rosendooooo… «; y esperamos.

Cuando ya desconsolados porque la lluvia parecía querer volver y arreciar, al cabo de unos instantes – más que instantes, horas eternas – oímos, sin embargo, una voz lejana, honda y cavernosa, decir: «… ya voooooooooyyyyy….»; y no dijo más; tras bajar por una senda llena de barro hasta los topes y la misma barca, menudo como era Rosendo, y con aquéllos movimientos lentos y parsimoniosos que le caracterizaban, lo descubrimos entre la penumbra con el cigarro de siempre cayéndosele a trozos desde lo alto de la boca. Tras haberle saludado con un “buenas, señor Rosendo”, y él ladear la cabeza y añadir algo semejante a “coño, hay que ver cómo está el rato…”, por su parte, y sin apenas mirarnos ni mediar otra cosa, dijo tras cerrar la puerta de su pequeña cabaña-caseta – su medio hogar de cada día y de toda la vida – ¿ … sois los nietos de Francisco ?. Puesto que cada uno con su respectivo barco, pescaban en verano las tabladas aledañas del Órbigo, una vez éste dejaba de correr; y, luego, tras nuestra afirmación, agarrando con destreza inusitada aquella maroma que cruzaba de lado a lado el río, aquel cable de acero que sin otros aditamentos semejaba ir de un lado al otro del mundo y atenazar asimismo la mitad exacta del universo, con su inteligencia y manos de oro enderezó con sabiduría la enorme barcaza, y, luego, lentamente, muy poco a poco, luchó contra la noche, la lluvia y los remolinos del río para llevarnos a mi hermano y a mí hasta el otro lado.

Al salir, tras pagarle a tientas el servicio y despedirnos, no accedimos directamente a la carretera que une Fresno con Vecilla, sino que, conociendo los caminos, bordeamos primero la misma curva del río para continuar plantío adelante y enfilar por último hasta cruzar el tramo de La Maciria.

Teníamos entre 12 y 13 años. ¡Ay, amigos!, Rosendo fue para todos nosotros un personaje realmente maravilloso, entrañable y querido. Hoy lo sigo recordando con verdadero agradecimiento, con afecto hondo, con verdadero cariño. Que estés bien, Rosendo-amigo, que donde quiera que estés, estés bien, que estés bien; porque, cómo no, cómo no, agradecido, agradecido aún.

 

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