Doney, el lugar donde más de 300 niños son felices este verano

Con más de 40 monitores, el tradicional campamento vuelve a hacer las delicias de muchos

Campamento Doney
Campamento Doney

Más de 300 niños y más de 40 monitores han pasado o pasarán este verano por el campamento Doney. Solo en julio, 200 chavales ya han vivido esta experiencia única en el corazón de la naturaleza. Hoy, los más pequeños disfrutan todavía de esa pradera mágica que se convierte, durante 10 días, en su casa, su refugio, su aventura. Por último llegarán los mayores, en el cuarto turno con 70 jóvenes. Muchos de ellos deseando ser monitores y enseñar a las futuras generaciones como a ellos les enseñaron.

Pero Doney no es solo un campamento. Es un lugar donde el tiempo se detiene, donde la rutina se transforma en juego, donde cada piedra y cada tienda de campaña guarda historias que permanecerán toda la vida. Aquí se ríe y disfruta como en ningún otro lugar, también se aprende de la vida, con un estilo único. En un tiempo donde se busca hacer la actividad de moda, Doney sigue como lo que siempre fue, el lugar idílico que se recuerda durante todo el año, donde monitores y acampados quieren volver una y otra vez.

Detrás de cada dinámica, cada juego y cada canción, hay un equipo de personas que lo da todo. El pasado domingo el segundo turno ponía fin a su aventura, dirigido por José Toribio, y esa entrega se ha hecho aún más evidente. Un grupo de monitores incansables, que trabaja en silencio, que cambia vacaciones por madrugones, que deja en pausa su vida para vivir con los niños la suya. Que cobra en sonrisas, abrazos y miradas que lo dicen todo sin decir nada.

Doney es también eso: un acto de amor colectivo. Un espacio donde se siembran valores que perdurarán mucho más allá del verano. Donde los niños aprenden sin darse cuenta, se hacen más fuertes, más generosos, más valientes. Y se llevan consigo algo invisible pero imborrable.

Cuando termine agosto y todo vuelva a la normalidad, Doney seguirá vivo. En las conversaciones, en las fotos, en los recuerdos. Pero, sobre todo, en esa energía especial que cada acampado y cada monitor se lleva consigo y que dura, de alguna forma, todo el año.

Porque quien ha pasado por Doney sabe que no se trata solo de un campamento. Es un lugar donde, simplemente, se aprende a ser feliz.

Campamento Doney
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