La tristeza invade Sanabria por la muerte de Jesús Fernández, el Chiviteiro de Tornaltoloco
El hostelero imprimió a su local de San Martín de Castañeda su singular filosofía de vida, su hacer las cosas sin prisa. Hizo de su taberna la casa de todos.
El Lago de Sanabria se queda sin quien lo retrate, quien lo mire como él lo miraba, con tanto amor, tanto conocimiento, tantos inviernos y veranos.
La hostelería y la comarca de Sanabria extrañan desde ya mismo a Jesús Fernández Fernández, el Chiviteiro de Tornaltoloco, el personaje más singular, inspirador, divertido, profundo y reflexivo que el cliente o el peregrino pudiesen encontrar detrás de una barra. Hizo de su taberna una casa donde todos encontrábamos acomodo, descanso y conversación. Un descubrimiento de la mano de Javier y de David, de la mano de Mar, cuyos ojos azules han apurado tantas conversaciones, tantas cosas buenas y sabias que desparramaba. San Martín de Castañeda, hoy espejo de soledades más que nunca.
Su cocina estaba cerrada de dos a cuatro y el jamón tapado bajo paño, porque a la hora del vermú era un desperdicio comer jamón. En su establecimiento, mitad tasca mitad chigre de toda la vida, ecléptico, personal, no cabía la prisa, ni la vulgaridad ni lo común; ni siquiera los horarios convencionales.
Echaba las cañas y los vinos con un torrente de vida, con un pensamiento mágico que te devolvía a la paz con la naturaleza, con el cielo, con las aguas del Lago que se abren majestuosas a los pies de su terraza en San Martín de Castañeda.
Alimentaba a los gorriones que se posaban en sus mesas, le preocupaba que sería de ellos en su ausencia. Sus hamburguesas imposibles, inabarcables, espectaculares, eran un cántico al arte de la cocina, a la conversación, al compartir, a la amistad, incluso pórtico de reencuentro con Federico, el incombustible gaitero de mi infancia. Cultivaba la poesía del silencio, la alegría de decidir dónde ir, a dónde regresar. Quizá este ya de camino al lugar de donde viene la gente de bien, la gente de corazón limpio y mente despierta.
Este invierno estaba contento con su operación, al fin; poco después vendría la mía; y después, ya recuperados los dos, volverían todas la cosas buenas y bonitas al Chiviteiro, y un brindis ya de verdad libre de toda la drogaína que mi cuerpo arrastraba en aquellos días de dolores por todos sus empalmes. Una copa por su sitio, o dos, las que hicieran falta. Qué ganas de apurar el tiempo, la noche, en aquella barra que siempre tentaba, que siempre invitaba a quedarte.
No ha podido ser. Jesús ya no regresa, nuestro Chiviteiro se ha ido persiguiendo alguna madrugada mágica a orillas del Lago, esas fotos llenas de hermosura y sensibilidad que me cedió por entero para esta web, tan desgarradoramente bellas. Las guardaré como oro en paño en un cofre cerrado en mi corazón, reteniendo en cada mirada el espíritu, la filosofía, la sonrisa coñona de quien nos enseñó a ser más libres, de quien nos demostró que siempre menos es más.
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