Toro se despide entre lágrimas y oración del padre Javier Prieto Prieto, fallecido ayer a los 38 años, apenas dos meses después de su ordenación sacerdotal. La misa exequial tuvo lugar este jueves a las 18:00 en la Colegiata de Santa María la Mayor, abarrotada por fieles, sacerdotes, religiosos, seminaristas y amigos que quisieron arropar a su familia en este duro momento.
La celebración fue presidida por el obispo diocesano, Mons. Fernando Valera, quien expresó conmovido el dolor de la comunidad y su propia consternación por la pérdida. "La muerte de Javier nos sitúa en Getsemaní, en la Cruz", dijo el prelado en una homilía profundamente emotiva. “Fue absolutamente feliz. Dios le hizo feliz. Y así lo vivió él”, repitió dirigiéndose a los padres del joven sacerdote, a quienes consoló invitándoles a mirar a Cristo en la cruz.
Durante su intervención, Valera recordó las palabras que definieron el corazón del ministerio de Javier: “¿Quién nos separará del amor de Dios? Ni la espada, ni la tribulación, ni muerte ni vida podrá separarnos del amor de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Esa fe, subrayó, fue el cimiento de una vida breve pero luminosa, entregada con alegría y generosidad al servicio de la Iglesia.
El obispo citó también al papa Francisco para recordar que "solo Jesús da la vida para siempre cuando la vida de aquí termina" y cerró su homilía con las mismas palabras pronunciadas en la ordenación de Javier, aludiendo a María como "Madre de la esperanza" que espera incluso en el calvario.
Al término de la misa, el padre de Javier tomó la palabra para agradecer las innumerables muestras de afecto recibidas y, con la voz quebrada, dio las gracias a su hijo por “mostrarle el rostro de la felicidad”. El aplauso fue largo y sentido, un homenaje silencioso a quien ya descansa en la tierra donde fue feliz.
El cuerpo de Javier será enterrado en el cementerio de Toro, en la sepultura de las Hermanas del Amor de Dios, congregación con la que mantuvo una especial vinculación. Toro, que en pocos meses se convirtió en su hogar, será también su descanso eterno.
En una carta abierta difundida esta mañana, Mons. Valera escribió: “La vida no se mide por el tiempo, sino por la intensidad con la que uno se da y ama.” Y así vivió Javier, según el testimonio unánime de quienes lo conocieron.
Desde distintos puntos del país han llegado condolencias, entre ellas, la del arzobispo secretario del Dicasterio para el Clero y Seminarios en el Vaticano, D. Andrés Ferrada, destacando el impacto que el joven sacerdote dejó en tan poco tiempo.
La diócesis de Zamora llora a uno de sus hijos más queridos, pero también da gracias por su vida, su vocación y su “sí” sostenido hasta el final. Una vida breve, una entrega eterna.
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