VÍDEO | La metamorfosis contra el fuego en Zamora: de un mapa del ejército y un disquete a la barrera impenetrable
Drones, satélites, simuladores de fuegos de sexta generación y un ejército de especialistas dialogan hoy con el paisaje para protegerlo de un enemigo implacable: el abandono del monte y el minifundismo que alimenta el combustible forestal.
En pleno corazón de Zamora, se encuentra un punto estratégico desde el que se observa más que calles o plazas. Se controla el latido forestal de toda la provincia. La quinta planta de la Delegación Territorial de la Junta en Zamora, para muchos el edificio del termómetro, regala unas vistas imperdibles de la plaza de la Marina, que casi dejan ver de forma directa la plaza de Alemania.
Sin embargo, desde esa esquina de Leopoldo Alas Clarín se puede ver toda la provincia, palmo a palmo, desde Porto de Sanabria hasta Fermoselle, sin que quede ningún rincón oculto. No hablamos de magia. Hablamos del Centro Provincial de Mando de Incendios Forestales.
Es allí donde se descubre que en 40 años, la provincia de Zamora ha pasado de un rudimentario operativo con un solo ordenador, emisoras de cobertura incierta y mapas del ejército a un engranaje tecnológico y humano capaz de responder en apenas minutos al menor indicio de llamas. Drones, satélites, simuladores de fuegos de sexta generación y un ejército de especialistas dialogan hoy con el paisaje para protegerlo de un enemigo implacable: el abandono del monte y el minifundismo que alimenta el combustible forestal.
Del disquete al satélite: la revolución silenciosa
En 1987, un técnico pionero introdujo el primer ordenador en el Servicio Territorial de Medio Ambiente de Zamora. Aquel “ordenador” —una máquina de escribir con disquetes— era la única ventana digital de un sistema que funcionaba con mapas de papel, emisoras con cobertura intermitente y una brigada que compaginaba tareas de mantenimiento con salidas de guardia para apagar fuegos agrícolas.
"Podíamos llegar a estar 40 horas trabajando", asegura Mariano Rodríguez, Mariano Rodríguez, jefe del Servicio Territorial de Medio Ambiente, quien pone en contexto aquel trabajo de los años 80, que hoy miraría con envidia a la actual sala del Centro Provincial de Mando de Incendios Forestales.
Hoy, gracias a aplicaciones como InforCyL, cada conato, su índice de gravedad potencial y los medios movilizados se actualizan en tiempo real en la nube; las torretas de vigilancia con cámaras térmicas detectan focos incipientes y los helicópteros, listos en minutos, merecen el apelativo de “alas contra el infierno”.
El pulso de cada jornada: una sinfonía de precisión
La alerta suena a las 06:30 horas en el Centro Provincial de Mando de Incendios Forestales de Zamora, donde nos recibe Manuel Moreno, Jefe de Sección de Incendios Forestales y, en cuestión de segundos, la sala cobra vida. Un informe meteorológico de 12 páginas —preparado por la unidad de planificación y meteorología— dibuja en las pantallas los valles del Duero y las cumbres de Sanabria como los puntos más vulnerables, con aviso amarillo por altas temperaturas y vientos del suroeste.
A las 07:00, el gran mapa digital muestra en verde los desplazamientos de las cuadrillas: agentes medioambientales a pie, brigadas de autobomba, drones y helicópteros “listos para despegar”. “Nuestro tiempo de respuesta medio es de 10–15 minutos desde la llamada”, explica el jefe de turno, Roberto López, mientras asigna zonas de patrulla. Cada técnico dispone de apenas ocho horas de descanso; la vigilancia, en cambio, es ininterrumpida.
Durante la mañana, las torretas equipadas con cámaras térmicas refrescan la imagen del terreno cada cinco minutos y los drones patrullan los puntos ciegos. A mediodía, la primera alerta llega: un dron detecta un pequeño conato cerca de un antiguo cortafuegos de Sanabria. En dos minutos, el operador verifica la coordenada, pulsa en la plataforma InforCyL y ordena el despacho de una autobomba y un helicóptero.
Por la tarde, el Centro de Mando celebra un breve “briefing” con bomberos provinciales, Guardia Civil y 112 para reevaluar riesgos y ajustar recursos. “Si las condiciones cambian, podemos redirigir bulldozers o solicitar refuerzos de otras provincias en minutos”, detalla la meteoróloga de guardia.
Cuando cae la noche, la rutina se replica con doble dotación: dos controladores vigilan las cámaras térmicas, los drones regresan tras sobrevuelos y las cuadrillas de retén restan alerta, listas para actuar ante cualquier giro del viento o reavivamiento del fuego. A las 06:30 del día siguiente, el primer informe diario ya refleja conatos apagados, hectáreas salvadas y la implacable dedicación de un equipo empeñado en mantener a Zamora a salvo.
La tormenta perfecta de 2022: un antes y un después
El 2022 dejó grabada a fuego una “tormenta perfecta”: 2.841 rayos secos en 24 horas, 14 focos simultáneos y rachas de viento de hasta 100 km/h, con direcciones erráticas que abrían el flanco del fuego en abanico. Cuatro incendios se consolidaron con una violencia inédita: los modelos informáticos apenas daban 12 horas de ventana para atacarlos eficazmente.
Manuel Moreno, que lideró el Servicio Territorial de Medio Ambiente de Zamora durante el peor año de la provincia en materia de incendios, lo califica como un “incendio de sexta generación”: condiciones meteorológicas extremas, vegetación ignífuga por la sequía, relámpagos secos y un territorio disponible para arder. “No había tiempo para sentir, solo para salvar lo que se pudiera”, recuerda. Solo la combinación de medios autonómicos, la colaboración de Portugal y el esfuerzo humano logró frenar la marea de llamas.
Restauración y prevención: el pulso tras la calma
Acabada la extinción, arrancó otra batalla: la restauración hidrológico-forestal para evitar erosiones, la saca de más de 1,5 millones de m³ de madera a ritmo vertiginoso, el tratamiento preventivo de plagas y el aseguramiento de abastecimientos de agua para las poblaciones cercanas. Fue un trabajo tan intenso como la propia extinción, con brigadas de postincendio que operaron sin descanso durante año y medio.
La Junta incorporó protocolos con la Guardia Civil, bomberos y 112, y amplió a 12 meses la temporada de operatividad de las autobombas. Se instalaron torres de vigilancia con cámaras 24 h y se creó un área de espera con cobertura garantizada para helicópteros y equipos terrestres.
Humanos al frente: el corazón del operativo
Más allá de la tecnología, el verdadero escudo contra el fuego sigue siendo la pasión y el sacrificio de quienes conviven con el riesgo. Las cuadrillas, formadas por agentes medioambientales y brigadas de autobombas, están hoy disponibles 12 meses al año. Se incorporaron unidades especializadas de planificación y análisis, y cada operario lleva geo localizador en el móvil para compartir su posición y alertar si se ve en peligro.
«Cuando sucede un fallecimiento, el ánimo se desploma, pero no hay tiempo para el duelo», confiesa Roberto López, jefe de turno. Aquella tensión extrema, vivida al evacuar a un vecino mayor o al recibir la llamada de un compañero herido, se recompone con esa solidaridad tácita que une a un equipo acostumbrado a “mirar al fuego y buscar la ventana de oportunidad”.
Minifundismo y despoblación: las brasas del futuro
Todos coinciden en que el gran desafío no está en los hangares de los helicópteros ni en las sedes de los centros de mando, sino en el propio monte. El abandono de los usos tradicionales —el pastoreo que antaño limpiaba el bosque— y un parcelario a menudo heredado, con fincas de 1.000 a 3.000 m², han generado un minifundismo incontrolable. La Junta solo puede actuar sobre el 20 % del terreno; el resto recae en particulares y ayuntamientos dispersos, incapaces de coordinar una gestión homogénea del paisaje.
Sin ganado que paste ni leña que recolectar, las laderas de Sanabria, donde antes se diseñaban “parches” para interrumpir la continuidad del fuego, se han convertido en gigantescos coladores de combustible. “El monte sin uso es un polvorín”, advierte Mariano Rodríguez, jefe del Servicio Territorial de Medio Ambiente.
Mirar al futuro con decisión
Actualmente, pese a un dispositivo envidiable, Zamora no está a salvo de repetir las tragedias del 2022 si las circunstancias meteorológicas extremas regresan. El fuego no entiende de líneas administrativas. Solo una política agraria que recupere el uso tradicional del monte—fomentando el pastoreo, incentivando la gestión de parcelas y consolidando agrupaciones de propietarios—podrá atajar las llamas en su origen.
Porque, al final, la lucha contra el fuego no se gana solo con helicópteros, satélites o simuladores, sino con el pulso que late en cada brigada, en cada torre de vigilancia y en cada pastor que retoma la sierra para que el verde no sea solo un espejismo tras las cenizas. Zamora ha recorrido un largo camino desde aquel disquete olvidado; ahora, le toca recorrer otro igual de decisivo: el que lleva de la tecnología al paisaje vivo, y del sacrificio al compromiso colectivo.
En el Centro de Mando, suena de nuevo la emisora. “Esto no es un simulacro”, bromea Manuel Moreno, sabiendo que detrás de cada llamada puede esconderse un incendio de los que llaman de sexta generación, y que la provincia podría volver a verse sumida en el horror.
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