El embrujo de Chucho Valdés bajo el cielo incierto de Zamora

La lluvia no llegó, pero el jazz sí. Y lo hizo para quedarse en la memoria de quienes, este martes de San Pedro, vivieron un concierto que fue más que música

Concierto de Chucho Valdés
Concierto de Chucho Valdés

El cielo se presentó gris desde temprano, con nubes que no dejaban de insinuar tormenta. Pero en la Plaza de la Catedral de Zamora, nadie se movía. Los toldos, más por si acaso que por certeza, cubrían discretamente el escenario, mientras los bancos y los rincones de la plaza comenzaban a llenarse de personas que no querían perderse lo que estaba por venir.

Chucho Valdés, leyenda viva del piano, hizo su entrada sin alarde, como quien confía en que lo que va a decir no necesita presentación. Pero en cuanto sus manos tocaron las teclas, quedó claro que estábamos ante algo extraordinario. El jazz que brotó de sus dedos no era solo música: era una conversación íntima entre él y cada persona sentada frente a la Catedral.

Los acordes, a veces serenos y a veces volcánicos, parecían conjurar al tiempo. Las nubes, expectantes, no se atrevieron a estropear el encuentro. Y mientras tanto, el público, envuelto en ese aire de solemnidad que solo provocan las cosas auténticas, escuchaba con el silencio de quien sabe que está viviendo algo irrepetible.

Hubo espacio para la improvisación, para los guiños al folclore afrocubano, para la nostalgia de La Habana y para la celebración rítmica que recuerda que la música de Chucho Valdés no entiende de fronteras. Sus manos, a sus 83 años, siguen dialogando con el piano como si acabaran de conocerse y, a la vez, como si llevaran una vida entera amándose.

Zamora respondió con respeto y calidez. No hubo estridencias, solo aplausos largos, agradecidos, de esos que quieren decir "gracias" sin palabras. Cuando el concierto terminó, la plaza no se vació enseguida. Era como si nadie quisiera romper el hechizo.

En una noche en la que la amenaza de lluvia sobrevoló sin consumarse, la música sí cayó como aguacero suave sobre una ciudad que, por un momento, se convirtió en capital del jazz. Porque si algo dejó claro Chucho Valdés es que no hacen falta grandes recintos ni luces deslumbrantes para tocar el alma: solo un piano, unas manos sabias y un público que escuche con el corazón.

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