El templo del barro lucha por su supervivencia: "Los alfareros menores de 40 años se pueden contar con los dedos de una mano"

Víctor Santillán, veterano entre cazuelas y cántaros, y un ilusionado Alberto Segurado, que pisa por primera vez la feria con manos curtidas en barro, conversan sobre el presente y el futuro del oficio

Víctor Santillán, veterano entre cazuelas y cántaros desde 2007, y un ilusionado Alberto Segurado
Víctor Santillán, veterano entre cazuelas y cántaros desde 2007, y un ilusionado Alberto Segurado | María Lorenzo

La Feria de la Cerámica y Alfarería de Zamora vuelve a llenar la ciudad de barro, tradición y oficio. Entre cazuelas, ollas, botijos y vasos, los zamoranos se sumergen en un universo de formas y texturas que remiten a lo más profundo de la cultura de la provincia, de las raíces. Es la edición número 51 de una feria que ha trascendido el escaparate comercial para convertirse en un símbolo popular y patrimonial. El barro, moldeado con arte y paciencia, se presenta como una forma de expresión.

Los puestos se alinean con orden y colorido, y no pasa desapercibida la riqueza de técnicas, esmaltes, tamaños y estilos. Cada objeto expuesto lleva la impronta de quien lo ha creado. La conexión con el público es directa: los zamoranos se acercan, preguntan, observan y, con frecuencia, se llevan a casa no solo una pieza, sino también la historia y el rostro de su autor.

Poco antes de que la feria de comienzo oficialmente, dos alfareros charlan con serenidad y complicidad. Víctor Santillán, de Alfarería del Pas, y Alberto Segurado, de AlfarArenas, representan dos trayectorias distintas dentro del mismo mundo. Santillán es un rostro habitual en esta cita; esta será su decimonovena participación. Su historia con la feria comenzó en 2007. Por contraste, Segurado se estrena este año como expositor, aunque acumula ya casi una década dedicado al barro.

Ambos conversan sobre un tema que les preocupa profundamente: la falta de relevo generacional en el oficio. Santillán lo resume: “Los alfareros menores de 40 años se pueden contar con los dedos de la mano”.

Habla desde la experiencia, con la mirada puesta en la transformación que ha vivido el oficio en las últimas décadas. Explica cómo las piezas han dejado de ser herramientas cotidianas para convertirse en objetos puramente decorativos, y cómo ese cambio de función ha contribuido a la pérdida de valor y respeto hacia la profesión. “Las piezas de alfarería pasaron de ser objetos utilitarios a objetos decorativos o ‘fetiches’ sin uso práctico”, lamentan.

El declive, coinciden ambos, no ha sido casual. La aparición de nuevos materiales, como plásticos, metales esmaltados, en los años 50 desplazó al barro de las cocinas y de la vida diaria. Santillán lo describe con una claridad casi histórica. “Llega el agua a las casas y se acaban los cántaros. Y entonces se va perdiendo el sentido utilitario de las piezas porque aparecen nuevos materiales”, apuntan.

Las consecuencias no tardaron en notarse. La mercantilización jugó también su papel, relegando el producto artesanal a un lugar secundario. “Los productos de cerámica y barro desaparecen del Corte Inglés, desaparecen de las casas y desaparecen hasta de la cabeza de la gente. Le estás diciendo: es un artículo de tercera, es un artículo sin valor”, afirman.

Denuncian que las instituciones no han estado a la altura. En lugar de proteger lo propio, se ha equiparado lo artesanal con la producción industrial. “El patrimonio en general en España no se ha cuidado especialmente. No se puede tratar con el mismo criterio a un alfarero de Zamora que a una azulejera de Castellón”.

Pequeños brotes verdes, pero no suficientes

A pesar de este panorama, en los últimos años han comenzado a verse algunos brotes verdes. La pandemia, paradójicamente, trajo consigo una revalorización de lo local y artesanal. Además, en muchas ciudades han proliferado los talleres de cerámica como actividad de ocio y expresión personal. Esta tendencia, aunque insuficiente, sí ha servido para acercar el oficio a nuevos públicos. “La gente tiene contacto con el barro y sabe la dificultad, lo que puede hacer que valore más el trabajo”, explica Segurado.

Sin embargo, los dos alfareros insisten en que el paso de lo lúdico a lo profesional no se está dando. Falta el compromiso real con la continuidad del oficio. “No hay nadie de todos esos que van al taller de Malasaña… que diga: vamos a meter la cabeza en esto”.

Llamamiento a las instituciones provinciales

Por eso, desde esta feria reclaman apoyo. Exigen que el oficio sea tratado como parte del patrimonio cultural, con el valor y la protección que merece. “Esto no deja de ser parte del patrimonio cultural. La reserva espiritual de occidente”, defienden

Y también reivindican unas condiciones más justas para poder ejercerlo. Menos trabas, más reconocimiento al trabajo real. “Que no te pongan ciertas trabas burocráticas. No me están regalando nada, porque es mi trabajo. Y el valor de este producto no está en el precio”.

El mensaje a las instituciones es directo. Les acusan de incoherencia entre el discurso político y las decisiones prácticas. “Te están defendiendo la España vaciada... y van recorriendo ciertos talleres, pidiendo precio. No se puede tratar como una mercancía, sino como un valor extra”. También, valoran un apoyo coemrcial de las empresas asentadas en la provincia. “Nos gustaría que Gaza encargase a los alfareros de Zamora los cacharros para la cuajada que se venden en los supermercados”.

Este año, con la celebración de Las Edades del Hombre en Zamora, la oportunidad es inmejorable. Los alfareros insisten en que hay que mirar cerca, al territorio, a quienes mantienen vivo el oficio. “Llama a los alfareros de la provincia. Búscalos, y preocúpate. Encárgales productos para defender a la España vaciada”.

“Zamora y su público nunca fallan”

En medio de todas estas reflexiones, no se pierde el sentido de celebración. La feria de Zamora es más que un mercado: es una fiesta popular, profundamente enraizada en las Fiestas de San Pedro. Es parte del alma de la ciudad. “Zamora y su público nunca fallan", defiende Santillán.

Y es también una cápsula del tiempo. Un lugar donde, quizá dentro de siglos, se podrá excavar entre sus restos y encontrar la memoria material de una cultura. “Cuando pase el tiempo y vengan los arqueólogos del futuro a excavar, y empiecen a salir cacharros, harán una especulación y dirán que aquí había un templo de la cerámica en Zamora”.

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