VÍDEO | Medio siglo postrados ante el Cristo de la Buena Muerte: 'Jerusalem, Jerusalem'

El crepitar de las teas rompe el silencio de la noche del Lunes Santo

Un instante del recorrido Foto: Víctor Garrido
Un instante del recorrido Foto: Víctor Garrido

Once de la noche y los hermanos de la Tercera Caída se entremezclan entre las túnicas y cogullas blancas de estameña con fajín de arpillera que apuran su camino con la iglesia de San Vicente como destino final. La tela ignífuga ya cubre el templo que cobijará a sus 300 hermanos para el rezo previo del Vía Crucis. 

El bullicio propio de estos días se entremezcla con las campanas del Consistorio. Son las doce, la longeva puerta de San Vicente se abre con un característico chirrido y la luz de las teas se abre paso. Son 50 años de historia, de hermanamiento, de fe y de reencuentros

El silencio se hace verbo y las sandalias franciscanas marcan el caminar de la Noche de Lunes Santo en un recorrido abarrotado, sobre todo en Balborraz, con miles de espectadores que aguardan ya la bajada del Cristo de la Buena Muerte cargado por ocho hermanos y el sonido del bombo como un eco sordo. 

La Plaza de Santa Lucía comienza a recibir la cabeza de la procesión. Cientos de personas aguardan y, aun así, el crepitar de las teas es el único que rompe el silencio de la noche como antesala de uno de los momentos cumbre de la Pasión de Zamora. 

Los hermanos comienzan a formar las filas, el bombo al fondo de Zapaterías lo anuncia. El cristo que calla la angustia, la que late de cada llaga de su piel, se mece al paso de sus cargadores. Muchos de ellos han acompañado en estos 50 años su dolor materializando su palabra en las calles cada madruga de Lunes Santo. 

El ronco sonido del último golpe de tambor postra a la imagen ante los pies de la iglesia de Santa Lucía. "Jerusalem, Jerusalem, convertere ad dominum deum tuum..." Mentiría aquel que diga que su piel no se erizó cuando los hermanos entonaron su canto. 

Sin aplausos, sin gentío, sin gritos, la procesión comenzó su ascenso por la cuesta de San Cipriano tras finalizar el canto. Así es el alma de la Semana Santa de Zamora, austera, recogida y sentida pese a contemplar la mayor escenificación del arte y la fe. 

 

Las estrechas calles del Casco Antiguo contemplaron entonces el paso de los hermanos con las teas pasando su propio ecuador. Dejando las escenas más íntimas de un recorrido procesional que terminó en el templo que le vio partir, San Vicente, tras cumplir medio siglo postrándose ante el Cristo de la Buena Muerte. 

 

Tienes que iniciar sesión para ver los comentarios

Lo más leído