La Vera Cruz, al igual que las últimas procesiones, tenía que mirar al cielo para saber si iba a salir, si su recorrido iba a ser el completo o el corto. Hasta las cinco menos cuarto de la tarde no se conocería el itinerario que iban a seguir los cofrades, que terminaría siendo el más pequeño: marchar hasta la plaza del Mercado y volver por Santa Clara al Museo de Semana Santa.
Desde ese punto salía la procesión, comandada por la Santa Cruz. Los hermanos combatían el blanco del cielo nublado con el morado de sus caperuces, las imágenes de sus pasos o la música de las bandas que los escoltaban.
Los espectadores levantaban la mirada, no para mirar a las nubes, sino para contemplar la Santa Cena, el Lavatorio de los pies, o cualquiera de los hasta once pasos de la Vera Cruz. Estos eran transportados a hombros por las partes de la ciudad que la climatología les permitía recorrer.
La lluvia, que había sido tan pronosticada por la Agencia Estatal de Meteorología, continuaba sin hacer acto de presencia. Parecía como si Mater Mea, el Cristo del Perdón o el paso confiado de los hermanos apartaran a las precipitaciones. Sin embargo, la decisión de la directiva era final: el trayecto iba a ser el corto.
Los zamoranos esperaban de nuevo en el Museo de Semana Santa para aplaudir uno a uno a los pasos se recogían. Jesús Nazareno volvía con el terciopelo de su túnica completamente seco. La lluvia había respetado a la Vera Cruz.
Fotografía: Sofía Villar
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