De púrpura y blanco algunos y de paisano con palma el resto; todos con la sonrisa que les dibujaba el sol, que fue benévolo con una de las procesiones más festivas de la Semana Santa de Zamora. La entrañable Borriquita pudo desfilar y lucirse sin temor al cielo y, tanto los que completaron el recorrido como los que lo vieron desde la fila, pudieron disfrutar de la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén.

Desde el principio, a las puertas del Museo de Semana Santa, en el marco incomparable que proporciona Santa María La Nueva, el sol fue disipando por completo las dudas que existían ante las previsiones que amenazaban lluvia. La tarde resultó luminosa y ensalzó los colores de los cofrades y de los niños que acudieron vestidos de hebreos, como manda la tradición.

Pasadas las cinco y media de la tarde, y tras la pertinente lectura del evangelio, el obispo Gregorio Martínez dio la salida de la procesión, que se encaminó hacia Viriato antes de realizar el giro hacia la Plaza Mayor. Desde allí se vio aparecer a la Borriquita, rodeada por una marabunta de zamoranos que quisieron acompañarla, como es costumbre, con las palmas previamente bendecidas.

A partir de ahí, la procesión siguió su curso habitual sin contratiempos, aunque tuvo que apretar el paso levemente al final ante las nubes que se cernían sobre la ciudad, un escollo menor en una tarde completa de tradición, sonrisas y palmas en Domingo de Ramos.

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