A las cinco en punto de la tarde arrancaba la trigésimo octava edición de la San Silvestre zamorana. Y lo hacía con la participación de los más pequeños. Desde la categoría chupetín hasta la alevín, los más jóvenes fueron completando un recorrido más corto, en función de sus edades. 

En esta ocasión, y al contrario que en otras ediciones, en vez de dar una vuelta a la iglesia de San Juan, la organización decidió que los más pequeños salieran desde el antiguo Palacio de la Diputación, el Teatro Ramos Carrión o la Plaza de Viriato, para terminar entrando en la línea de meta ubicada en la Plaza Mayor. 

Además de los niños y niñas, también participaron junto a ellos los familiares, que seguían desde fuera e incluso desde dentro la carrera de los más pequeños de la casa. Al llegar a la línea de meta, todos los participantes recibían una medalla. Un premio que los jóvenes atletas recibían con ilusión tras el esfuerzo realizado.

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