La ciudad está de luto. Cristo yace cubierto por un humilde sudario y un grupo de hermanos de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente le portan al sepulcro en unas sencillas parihuelas. El resto de hermanos recorren el camino con anterioridad, abriendo paso, queriendo anunciar la mala noticia.
Los clavos y la corona reposan en mullidas almohadas y tres hermanos llevan las tres pesadas cruces en las que Cristo será crucificado. Solo el sonido de los hachones golpeando el suelo y las campanillas del viático ofrecen algo de estrépito a un desfile mortuorio. La bajada por Balborraz es uno de los momentos más carismáticos de un recorrido que alcanza su punto central con la llegada a la Plaza de Viriato.
Allí, los hermanos vestidos de estameña blanca, con toques morados, y largo caperuz esperan impacientes el canto del Miserere. Igualmente, miles de personas rodean la plaza para contener la respiración durante casi ocho minutos. El Cristo, dando la vuelta por Viriato, escucha impávido, en su último hálito de vida, la obra del padre Alcácer que sume en una hipnosis a todos los presentes. Hipnosis de reflexión, de meditación, de recuerdos, de humildad, de sencillez.
Es el momento cumbre de la procesión y, sin duda, uno de los más representativos de la Semana Santa de Zamora. Duelo por Cristo yacente. Duelo por la pérdida.
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