VIA CRUCIS
Cuando la noche ya se ha apoderado del cielo de Zamora y también de la catedral con esa atípica cúpula, sale el Nazareno de San Frontis, dolor y temor iluminan su cara y detrás su madre, la Virgen de la Esperanza con las lágrimas brotando de sus ojos y resbalando por esas mejillas rosadas que tornan a pálidas. En esas lágrimas está escrito el sufrimiento y el desconsuelo por la inevitable y próxima pérdida de su único y tan amado hijo. Los dos, inseparables pasan por las calles de Zamora hasta el Puente de Piedra. Esa imagen es digna de ver, pulcra, emotiva, emocional.

Cuando acaban de cruzar el Duero, llega el momento en el que ese silencio es roto por un grito ahogado y contenido de la madre que tiene que separarse de su bien más preciado. Una madre nunca quiere despedir a su hijo, pero Cristo ha de partir. Angustiosa y temida partida, tras unas reverencias, signo de admiración de uno hacia el otro, proceden a marcharse. En el sigilo de la noche se advierte un breve diálogo:
-¡Adiós madre! -Dice el hijo-
-¡Ten fe, nos veremos pronto! -Contesta ella-

A continuación el sigilo del crepúsculo se rompe por los aplausos. Aplauden los espectadores a la Virgen en su inmensa pesadumbre y aflicción. Aplauden también al humilde Nazareno que avanza hacia un destino funesto, pero con pinceladas de un brillante color verde esperanza.

JUEVES SANTO
Verde, negro y blanco son los colores que tiñen al Jueves Santo en la Románica ciudad de Zamora. Suenan tambores desprendiendo tristeza a cada golpe que dan. El rostro de la Esperanza inspira una desolación enorme. Los hermanos la acompañan en su profundo pozo de desaliento y las hermanas la siguen de luto unidas a ella en su pérdida tan irremediablemente inevitable.

Las peinetas, las mantillas, los abrigos impregnados de añoranza; las capas y los caperuces empapados de melancolía. Niebla intensa y pesada ha vuelto a inundar este Jueves Santo el casco antiguo de Zamora. Logra colarse entre los ojos del puente y así tener una vista privilegiada de la Virgen hermosa y al mismo tiempo apenada y aterida por el sufrimiento.

Llega al atrio de la catedral, catedral que ve a través de su cúpula escamada el rostro de las hermanas, el de la Virgen y el de los hermanos. Sus pupilas desprenden desolación y desamparo. Se canta la Salve, himno del Jueves Santo en Zamora. Las voces de las hermanas se unen con fuerza haciendo que a los espectadores de tal evento les recorra un escalofrío por el cuerpo. Voces que se unen en el sentimiento de dolor expresado en la imagen de la Esperanza. A continuación la Virgen cruza la puerta del atrio y se forma un silencio sepulcral e inexpugnable, mientras aquella madre dolorida entra a su casa donde se refugiará otro año más.

SPES
Jueves, jueves santo, jueves de esperanza. Las damas ya están preparadas en la calle anexa a Cabañales, la Virgen ya ve la multitud que la espera y los cofrades están nerviosos, quieren que todo salga a la perfección. Suenan los tambores tras la densa niebla a las diez y media del Jueves Santo. Los caperuces blancos casi no se ven, se confunden, sólo se otean las capas verdes entrando en el Puente de Piedra y motitas negras todavía a lo lejos. Ya se puede apreciar el manto lleno de estrellas de la Spes.

Pocos minutos después la estampa es perfecta. La Virgen por encima de uno de los ojos intermedios del puente; a la derecha hermanos y a la izquierda hermanas. Hermanos, con capas verdes, varas y caperuces blancos, cuidando que todo salga perfecto. Hermanas, con mantilla, abrigo y zapatos negros, de luto, acompañando a la Virgen en su denso desaliento. Y por último la Virgen de la Esperanza con su tez blanca y sus mejillas sonrosadas bañadas en lágrimas en las que se puede leer la tristeza y la añoranza por su hijo. Cristo morirá por y para nosotros.

La Esperanza emana angustia por cada poro, respira amargura, llora malestar pero siente en color verde, verde esperanza.

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