Zamora, esa ciudad que nace con el fallecimiento de Cristo y muere con su resurrección. No es una frase baladí, sino una reflexión que suele argumentar  Luis Jaramillo, director regional de Cope y encargado de elevar este año la plegaria al Santísimo Cristo de las Injurias en la Cofradía del Silencio. Una frase que citaba la vicepresidenta de la Junta de Castilla y León y otrora alcaldesa de Zamora, Rosa Valdeón, en el acto de presentación de la revista ‘IV Estación’ editada por La 8 Zamora.

Triste o no, la realidad es palmaria. La propia Valdeón intentaba demostrar que se trata de una frase equivocada. Pero más bien no se trata de una convicción, sino de un anhelo. El anhelo que  poseen todos los ciudadanos de Zamora que desean que el ambiente, la vida y el jolgorio que se respira en la capital y en la provincia durante los días en los que se desarrolla la Semana Santa se pueda ampliar durante más fases del año. Un jolgorio, por su puesto, bien entendido. 

Y es que dentro del recogimiento, la rectitud, la meditación y el luto, es innegable que Zamora se llena de vida durante la Semana Santa. Es paradójico, pero real. Niños, jóvenes y mayores comparten tradiciones, comparten rituales y comparten sobre todo el amor por una tierra. Una Zamora que durante diez días acapara las miradas no solo de los zamoranos que habitan esta tierra o aquellos exiliados que regresan a casa; sino también de los ciudadanos de la región, de la nación, y del mundo en general que resultan atrapados por la forma en que se viven estas fechas en la capital del románico. 

Solo quien vive la Semana Santa con los cinco sentidos alerta es capaz de aprovecharla al máximo. La Semana Santa se palpa, con el suave terciopelo o la aspereza de la estameña. La Semana Santa se huele, con las velas, antorchas y el incienso. La Semana Santa se degusta, con los dulces y platos típicos de esta época. La Semana Santa se escucha, con marchas procesionales, barandales o elementos tan características como las ‘carracas’. Y la Semana Santa se ve, con una imaginería inigualable.

Porque Zamora logra como nadie ilustrar de manera irrebatible la pasión de Cristo. La imaginería que posee la ciudad y el aura mágica que otorgan algunas de las calles más angostas, empedradas y antediluvianas del Casco Antiguo ayudan a trasladar a los zamoranos y a los turistas veintiún siglos atrás. Se siente el sufrimiento de Cristo, se palpa el dolor de una madre que sufre conociendo el final que le espera a su hijo, y se contiene el aliento viendo la exhibición del cuerpo yacente. 

Este Jueves de Pasión comienza la Semana Santa. Por delante, diez días en los que sentimiento, religiosidad, cultura, gastronomía, turismo y economía se dan la mano para que la capital y la provincia acaparen la atención de gran parte del planeta.

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